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LA POLÍTICA DE CONTENCIÓN: LA CRISIS DE BERLIN –LA UNIÓN DEL BLOQUE OCCIDENTAL FRENTE AL COMUNISMO

En el vasto territorio ocupado por Alemania se acumula la devastación resultante de las operaciones militares y de los bombardeos que buscaban desmoralizar a las poblaciones civiles. A estas destrucciones causadas por la guerra regular o partisana hay que añadir los equipos fabriles, desmantelados y transportados por Alemania durante la guerra y luego tras acabar el conflicto por los países vencedores. No sólo quedaron reducidos a un Estado de no-producción la industria y el transporte; también el suelo resulta profundamente afectado por las acciones militares aéreas y terrestres. Los bombardeos estratégicos han destruido millones de viviendas y la escasez de transportes dificulta todavía más el abastecimiento de alimentos en ciudades y zonas industriales. Este panorama de destrucciones materiales se une a un importantísimo caos político y a la inseguridad que causa en algunas partes de Europa la caída de los regímenes dictatoriales que apostaron por el fascismo o el comunismo. Foto 1. Izquierda. Reparto de las 4 zonas de control aliado de Alemania. Foto 2. Derecha. Construcción del muro de Berlín

Aunque en la reunión de Potsdam, los Tres Grandes habían establecido la ocupación de lo que quedaba del Reich hitleriano, el problema alemán se convertirá muy pronto en el primer campo de batalla del antagonismo de los vencedores; contra Alemania se formó la alianza EEUU-URSS, en Alemania se encontraron felices, sus soldados en abril de 1945, el futuro de Alemania será el test en el que se romperá la alianza. La decisión conjunta de no conformarse con menos que con la rendición total e incondicional proporcionó el primer marco de referencia: ocupación total y administración en manos de los vencedores, pero más allá de esto quedaba por decidir lo fundamental: ¿Castigo o rehabilitación? ¿Desmembración u ocupación de un único país?  Sin duda, todos habían sido enemigos del régimen hitleriano y todos deseaban en 1945, impedir el resurgimiento de una Alemania nuevamente agresiva. Todos consideraban que una tercera generación no debería verse obligada a luchar como las dos anteriores habían hecho en 1914-1918 y 1939-1945, pero no todos estaban de acuerdo en la manera de evitarlo.

Algunos, como los de entonces era el Secretario del Tesoro de Estados Unidos, Henry Mongenthau[1], habían propuesto convertir a Alemania en media docena de estados agrarios; otros como Churchill, habían sugerido separar a Prusia y crear una Alemania católica alrededor de Viena. Aunque, finalmente, el Gobierno británico se resistirá a atomizar la Europa central manteniendo su vieja idea de que sea el contrapeso de unos extremos fuertes y, en este caso, se trataba de equilibrar la fuerza de la URSS. En Yalta, Churchill se opondrá a los planes de desmembración de Rooselvelt y de Stalin. De hecho, en Yalta, se tomarán decisiones ambiguas sobre Alemania, ya que si, por una lado, se establecen cuatro zonas de ocupación, por otra se crea una única Comisión de Control, con objeto de coordinar las políticas que se realicen en cada una de las cuatro zonas. Las divergencias llevan a las distintas zonas de ocupación por caminos diferentes, ya que si bien todos quieren desmantelar sus fuerzas armadas y su producción de guerra, y llevar a cabo una cierta desnazificación[2], por el contrario, no están de acuerdo sobre el futuro económico de la nueva Alemania. Inglaterra y EEUU desean restaurar lo antes posible su productividad normal; Francia y la URSS prefieren compensar con el trabajo alemán las destrucciones que la agresión alemana ha producido en sus países. El problema de las reparaciones provoca una fricción inmediata.

En Yalta, los grandes habían decidió que Alemania debía pagar reparaciones a aquellos que había dañado durante la guerra y Roosevelt aceptó, como punto de partida, los números de Stalin: 20 billones de dólares, de los que la mitad correspondería a la URSS. Stalin esperaba recibir esos 10 billones de dólares desde toda Alemania y de dos maneras: en instalaciones industriales y en producción corriente. Sin embargo en la reunión de Potsdam, Truman modifica el acuerdo de Roosevelt en Yalta: los soviéticos reciben el 25 por 100 del equipamiento industrial no necesario de las zonas occidentales y una parte importante de la producción corriente de su zona. La fórmula tenía una casi imposible aplicación, ya que ¿quién decide cuál es la parte no necesaria del equipamiento industrial alemán?

Frente a la nueva situación, los soviéticos siguen apelando a los acuerdos de Yalta conscientes de que la industria alemana estaba, fundamentalmente, en las regiones occidentales y de que la agresión alemana les había obligado a utilizar la política de tierra quemada en su propio país; pero también temerosos de que la negativa occidental a que la URSS se reconstruya a costa de Alemania suponga una manera de imponer una ayuda norteamericana a las extracciones soviéticas de equipos industriales alemanes. La primera conferencia de los cuatro ministros de Asuntos Exteriores para Alemania se celebra en Moscú durante los meses de marzo y abril de 1947. El trabajo de la conferencia pasa por dos fases. En la primera fase examinan el informe de la comisión de control y se encuentran con una sorpresa: cada uno ha interpretado a su manera las reglas de la ocupación y, a esas alturas, hay cuatro zonas en la propia Alemania. Además, el informe de una noticia que congratula a todos: el motor de la Alemania expansionista, Prusia, ha dejado de existir repartida e integrada en unidades administrativas nuevas. En la segunda fase, la conferencia de los Cuatro, examina los proyectos del tratado de paz; en este asunto, la destrucción de Prusia es el único acuerdo y, después de dos meses de discusiones estériles, los Cuatro se separan aún más divididos que antes.

El fracaso de la primera conferencia de los Cuatro albergaba en el tiempo la hipotética solución del problema alemán y obligaba a los vencedores a mantener por más tiempo la ocupación militar, mientras que los problemas que esta ocasionaba resultaban demasiado abrumadores para Inglaterra. La segunda conferencia de los Cuatro sobre Alemania se reúne en Londres a finales de noviembre; pero desde abril a noviembre, los desacuerdos aumentaron mientras Estados Unidos proclamaba, como hemos visto, la doctrina Truman, el 12 de abril, y el Plan Marshall, el 5 de junio. En estas circunstancias, el clima de la reunión de Londres es tan crispado que él comportamiento desabrido de Molotov llevará a Marshall a la formulación de una destacada protesta oficial. El fracaso de la conferencia, reconocido el 18 de diciembre, termina con el sistema del Directorio de los Tres Grandes, aunque los suplentes todavía se reúnan alguna vez más en Londres y aunque a comienzos de 1949 se anuncie la puesta a punto de las cuestiones relativas a Austria. La dificultad para encontrar un mínimo acuerdo que haga posible un tratado de paz con Alemania, agudiza más las tentaciones norteamericanas de buscar una solución al problema, encuadrándolo en la reconstrucción económica de la Europa Occidental.

Durante casi dos meses, tras finalizar la guerra, los aliados occidentales recibieron negativas a sus peticiones de acceder a sus respectivos sectores de Berlín, mientras los soviéticos aprovechaban para apropiarse de todos los recursos de la ciudad e imponer su control. Incluso cuando, en julio, se autorizó la entrada a los ejércitos occidentales, no se alcanzó ningún acuerdo que garantizará el uso de rutas aéreas, terrestres o incluso fluviales o mediante canales, con las que poder comunicarse con sus zonas en Alemania. Cuando el Mariscal Georgi Zhukov[3] insistió en no permitir más que una sola línea férrea, una autopista, un canal y tres corredores aéreos para la utilización de los aliados, el Consejo del Control Aliado y la Kommandatura[4] se vieron incapaces de tomar las medidas debido al veto soviético. Este hecho mostraba claramente que la situación conduciría a una situación de crisis y confrontación. Debemos analizar la situación que nos encontramos en Berlín después de la guerra. La ciudad quedó dentro de la Alemania Oriental, dividida en cuatro sectores, el oriental controlado por la URSS y el occidental, norte, oeste y sur controlado por ingleses, franceses y estadounidenses respectivamente. El lado occidental se había convertido en lugar prospero con respecto al Este, dominado y controlado por los soviéticos, entonces, la mano de obra se pasaba al Oeste y se produjo un gran desarrollo industrial. Esto hizo recelar a los soviéticos y empezaron a poner obstáculos, a través de las instituciones de la Alemania Oriental, a los pasos de mercancías y personal a Berlín. Esta situación la conocemos como el año cero. Las ciudades estaban parcialmente destruidas, las vías de comunicación inutilizadas, la industria de la zona oriental era progresivamente desmantelada. El problema al que se enfrentaban los ciudadanos salido de la pesadilla de la Segunda Guerra Mundial y del nazismo era simplemente uno: sobrevivir en un mundo de destrucción y miseria. En realidad, el territorio alemán quedó dividido en dos bloques, al igual que la antigua capital, Berlín: el bloque occidental y el bloque comunista. Los pactos entre las potencias vencedoras preveían el programa “alemán” siguiente: desnazificación, desconcentración industrial y económica. Sin embargo, en lo único en lo que occidentales y soviéticos consiguieron cooperar fue en los Juicios de Nüremberg[5]. En Berlín, los soviéticos insistieron en que, hasta que se alcanzaran nuevos acuerdos, “todas las ordenanzas y regulaciones existentes redactadas por el comandante de la guarnición soviética” permanecerían en vigor. Seguidamente, utilizaron su derecho a veto para evitar que la Kommandatura pudiera realizar algún cambio. Si los comandantes occidentales deseaban administrar sus sectores, debían hacerlo de modo independiente, dando a los soviéticos una excusa para hacerse con el Gobierno del sistema de control, presionando así a los aliados occidentales para que se retiraran de la ciudad.

La situación se deterioraría aún más cuando, en enero de 1948, las autoridades de la bizona dieron el siguiente paso lógico y empezaron a discutir la creación de un nuevo Gobierno alemán. Nuevamente, los soviéticos protestaron, pero sus ataques verbales se reforzaron por una medida más efectiva: presionaron sobre los sectores occidentales de Berlín, deteniendo durante doce horas un tren militar británico en ruta que había salido de la ciudad alemana. En el plazo de un mes, las relaciones Este-Oeste sufrirían un nuevo revés debido, por una parte al golpe de Estado comunista en Checoslovaquia y, por otra, a la conferencia entre las potencias occidentales, en la que se abordó el futuro de Alemania Occidental, que se realizó sin consultar a los soviéticos. De esta reunión saldría el Tratado de Bruselas, un pacto de defensa mutua entre Gran Bretaña, Francia y el Benelux, encaminado principalmente a protegerse de un ataque soviético. Casi inmediatamente se iniciaron conversaciones en Washington para ampliar esta alianza, y convertirla en un Pacto Atlántico. La guerra fría, basada en las diferencias ideológicas, rivalidades territoriales, temor y desconfianza había comenzado. Y el centro del problema se encontraba en Berlín. Para Occidente, sus sectores de la ciudad simbolizaban la libertad dentro de un territorio controlado por los soviéticos; mientras tanto, para los soviéticos, la presencia de los occidentales suponía un anacronismo que procuraba evitar la creación de un sólido bloque comunista que pudiera funcionar como una barrera contra la agresión occidental, encarnada por el Tratado de Bruselas y el proyectado resurgimiento de Alemania Occidental.

La primera respuesta de los soviéticos fue abandonar el ACC (Consejo del Control Aliado)[6], lo que ocurrió el 20 de marzo de 1948. A pesar de que esto no afectaba directamente a la Kommandatura, los comandantes del sector occidental temieron lo peor. Evidentemente, estaban en lo cierto, cuando se iniciaría el ya conocido hostigamiento soviético sobre las fuerzas aliadas occidentales

La desnazificación de Alemania

El 12 de abril de 1945 en un Berlín sitiado y en ruinas, el Ministro de Armamento Albert Speer[7] ordenó restituir brevemente el suministro eléctrico para que la Orquesta Filarmónica pudiera interpretar El crepúsculo de los dioses, de Richard Wagner. “Un gesto melancólico y patético a la vez ante el fin del Reich”, escribió posteriormente. A la salida del concierto miembros de las Juventudes Hitlerianas regalaban cápsulas de cianuro entre los asistentes. Hitler, con esa visión de las cosas tan marcadamente dualista que le caracterizaba, había hecho una apuesta de todo o nada con la guerra y ahora tocaba escoger la nada. Solo la muerte podía lavar el deshonor de la derrota. Era el final apoteósico, el Ragnarök que la cosmovisión nacionalsocialista tanto apreciaba. El propio Führer, Joseph Goebbels, Heinrich Himmler, Hermann Goering, Robert Ley y otros muchos optaron por esa vía en diferentes momentos. Solamente en la ciudad checa de Brüx se mataron a sí mismos más de 600 alemanes de los veinte mil que allí vivían. En Después del Reich, Giles Macdonogh habla de la conmoción que supuso para los soldados británicos llegar a Berlín y ver los lagos de los barrios más prósperos llenos de cadáveres de mujeres que se habían arrojado allí, en bastantes casos tras haber sido violadas por las tropas del Ejército Rojo. Pero mientras unos se suicidaban en masa otros seguían la consigna oficial de luchar hasta la última bala lanzada por Goebbels[8]: “se ha llegado tan lejos que, en caso de que perdamos la guerra, ellos nos harán a nosotros lo que nosotros les hicimos a ellos”. Según un soldado británico que combatió en 1945 en Alemania: “Lo que nos resultaba tan desalentador era la terrible necesidad de los alemanes de, literalmente y con pedantería, representar su derrota”. Si había que perder entonces la derrota debía ser total y absoluta.

Durante los últimos 98 días de la guerra murieron nada menos que 1,4 millones de soldados alemanes y, en las dos últimas semanas, para vencer la resistencia de Berlín fue preciso lanzar 40.000 toneladas de bombas, que afectaron al 75% de sus edificios. La lucha era tan intensa que los rusos en lugar de ir por las calles, optaron por avanzar por el interior de las casas, tirando una pared tras otra. Finalmente a las 2:41 de la mañana del 7 de mayo se firmaba la rendición incondicional del Tercer Reich. Los años previos a ese momento circulaba el comentario sarcástico entre los alemanes “disfruta de la guerra, porque la paz será terrible”. Y efectivamente así fue. Más de dos millones murieron desde entonces debido a las consecuencias de la guerra y varios más sufrieron toda clase de calamidades.

Cada palmo de terreno conquistado por el Ejército Rojo fue una nueva oportunidad de satisfacer los deseos de venganza soviéticos por lo que los nazis previamente les habían hecho. Se estima que aproximadamente unos dos millones de mujeres alemanas fueron violadas. Algunas para intentar impedirlo fingían ser ancianas echándose ceniza en la cara o pintándose manchas rojas, se vestían de campesinas o se quitaban los dientes postizos. Pero se trataba de intentos infructuosos, al fin y al cabo para los soldados la violación era más un recurso de guerra, una forma de humillar al enemigo (el General Eisenhower [9] por su parte se limitó a orinar en el Rin como forma de marcar el territorio conquistado) que una manera de obtener placer. Era una conducta alentada o al menos consentida por el alto mando, como dijo Stalin a un interlocutor que le preguntó por las violaciones masivas: “¿No puede comprender que un soldado que ha pasado por la sangre, el fuego y la muerte, pase un buen rato con una mujer o se lleve alguna cosilla?”. Hubo casos extremos, como el de una mujer forzada en más de 60 ocasiones o el de otra que fue violada ininterrumpidamente durante 13 horas por un batallón de tanquistas. Las agresiones sexuales pasaron a ser algo tan cotidiano que algunos niños aprendieron a jugar al “Frau, komm mit!” (¡Mujer, ven conmigo!) Con los niños representando el papel de soldados y ellas el de violadas. Respecto a esto, hay una película durísima y muy recomendable, Anónima: una mujer en Berlín (Max Färberböck, 2008). Plasma en la pantalla el diario personal de una de las supervivientes, publicado anónimamente a finales de los años cincuenta con considerable escándalo. Muestra por ejemplo cómo aquellas que se resistían a la violación cuando los rusos asaltaban los sótanos en los que se escondían las mujeres, niños y ancianos, eran reprendidas por sus compañeros, que las acusaban de ponerlos a todos en peligro. La protagonista, al igual que otras muchas mujeres en esa época, finalmente optó por buscar la protección de un alto mando, para evitar así los abusos de los soldados rasos. Como consecuencia de estas violaciones masivas[10] nacieron unos 150.000 “niños rusos” que, en bastantes casos, fueron abandonados por sus madres. Peor suerte aún corrieron los alemanes residentes en países como Checoslovaquia, Hungría o Rumanía en los momentos inmediatamente posteriores a la liberación. Los años de opresión que sufrieron los habitantes de esos países por parte del Tercer Reich generaron un ansia de venganza que desbordó cualquier límite que pudiera marcar la piedad o la civilización. Cierto estudio psicológico estadounidense reciente —que ahora no recuerdo dónde leí— señalaba cómo un alto porcentaje de la población ve colmado su deseo de venganza si hace caer la represalia no ya contra quien lo agravió, sino contra cualquier otra persona que pueda tener un vínculo real o imaginario con el agresor. Basta para ello con que comparta algún rasgo por trivial que pueda ser, como el color de la piel o la nacionalidad. Ahí suele estar la fuente del racismo y la xenofobia. Pues bien, eso es en muchos casos lo que pasó. Gran número de personas de origen alemán —no ya soldados ocupantes, sino residentes en esos lugares desde generaciones atrás— así como otros acusados más o menos fundadamente de “colaboracionismo” fueron sometidos a palizas, fusilamientos y humillaciones públicas de todo tipo, como caminar a gatas en largas filas mientras eran pateados y escupidos. En Praga, un grupo de mujeres alemanas se les rasuraron la cabeza, les pintaron cruces gamadas en la frente y las exhibieron en camiones obligándolas a gritar “¡somos las putas de Hitler!”. Otros muchos fueron internados en campos de prisioneros e incluso se reutilizaron los campos de concentración alemanes para alojarlos a ellos. En Checoslovaquia se estableció que debían portar un brazalete blanco que los identificaba como alemanes y tenían prohibidas actividades como ir al cine, teatro o bar, usar transporte público e incluso caminar por las aceras.

Los saqueos sistemáticos y la falta de abastecimiento de medicinas y alimentos diezmaron las localidades de población alemana que, en virtud de los acuerdos Aliados, habían pasado a pertenecer a otros países. Por ejemplo Königsberg, la apacible ciudad en la que Kant pudo escribir en el siglo XVIII su ensayo Sobre la paz perpetua —en el que abogaba por un orden mundial cosmopolita y pacífico con ciudadanos libres e iguales ante la ley— contaba en junio de 1945 con 73.000 habitantes, de los que solo pudieron sobrevivir a la ocupación soviética apenas la tercera parte. Todos los demás murieron asesinados o víctimas de enfermedades y hambrunas, que dieron lugar a algunos casos de canibalismo. Tres años después, los pocos supervivientes fueron deportados a Berlín y la ciudad, ahora poblada por rusos, pasó a llamarse Kaliningrado.

Tal como se acordó en la Conferencia de Postdam del 17 julio al 2 agosto de 1945, los alemanes residentes en Polonia, Checoslovaquia, Hungría y Rumanía debían emigrar a Alemania. Así mismo debían regresar a sus países los casi 7 millones de trabajadores, muchos de ellos esclavos, que el Tercer Reich empleó en sus fábricas durante la guerra. Aunque algunos optaron por quedarse, dado que en la posguerra la situación e sus países no eran mucho mejor. En el caso de los soviéticos existía además el miedo a las represalias que pudieran sufrir por haber vivido en el oeste, así que parte de ellos se organizaron en bandas que recorrieron pequeñas localidades centroeuropeas violando y saqueando cuanto encontraban a su paso. En la Unión Soviética, por su parte, había casi 3 millones de soldados alemanes prisioneros, de los que murieron durante el cautiverio el 14%. El resto pudo regresar tarde o temprano. A ese respecto es ilustrativa la película Hasta donde los pies me lleven (Hardy Martins, 2001) sobre el penoso retorno desde Siberia de uno de ellos. En total 13 millones de personas tuvieron que desplazarse, la mayoría forzosamente, en la nueva distribución de población y de líneas fronterizas que fue acordada con el fin de que cada Estado fuera más homogéneo étnicamente. Aunque teóricamente el traslado debía realizarse de forma ordenada y humanitaria, dio lugar a toda clase de abusos y horrores. La corresponsal del New York Times Anne O’Hare McCorimck dejó escrito que:

“Las dimensiones de este reasentamiento y las condiciones en las que tiene lugar no tienen precedentes en la historia. Nadie que haya presenciado sus horrores puede dudar de que se trata de un crimen contra la humanidad por el que la historia exigirá un terrible castigo”.

En algunos casos se usaron trenes de ganado y algunos pasajeros —especialmente los niños más pequeños— llegaron a morir por congelación ante la impotencia e histeria de sus madres, que entonces debían ser atadas para evitar que agredieran a nadie. Los judíos liberados en los campos de concentración tampoco tuvieron mejor suerte: murieron el 40% en los días posteriores, debido a que su estado de desnutrición y las enfermedades que padecían estaban demasiado avanzadas como para poder sanarlos, más aún en el estado de ruina y desabastecimiento de gran parte del continente europeo, tal como puede leerse en La tregua de Primo Levi, sobre su largo y penoso viaje a casa tras salir de Auschwitz.

Desmilitarización, desnazificación y descartelización

En las zonas ocupadas por los aliados occidentales, bajo pena de arresto, los soldados tenían prohibido el contacto amigable con los alemanes: charlar con ellos, darles la mano, hacerles regalos… Se les exigía tratarles como a un pueblo conquistado, no liberado. Incluso a los niños. “Dad órdenes, sed firmes, mostrad una actitud distante, fría y correcta, o incluso mostrad odio”, detallaba la reglamentación. Para alentar esa conducta se rodaron películas educativas como “Your Job in Germany” (1945), una de las más difundidas, donde se recordaba a los soldados que “estaban en territorio enemigo” y que “por mucho que extendieran la mano y dijeran lo siento, los alemanes empezaron la guerra y lo que sienten es haberla perdido”. También se repartieron folletos educativos. Algunos, como “The German Character” que explicaban a los soldados que los alemanes ensalzaban la muerte y eran “sensibleros, suicidas y sádicos”. Otros advertían que no eran gente de fiar, “por muy amables, limpios, rubios y amantes de la música que parezcan”. En la zona soviética, sin embargo, sí se permitía el contacto con la población. Las autoridades rusas no prestaron demasiada atención al carácter profundamente racista del nazismo. Lo equipararon al fascismo y, por lo tanto, a un producto del capitalismo. Fueron muy duros con la nobleza prusiana (los Junkers, cuyas posesiones fueron liquidadas tras una reforma agraria), los empresarios (casi dos mil compañías fueron expropiadas y, posteriormente, nacionalizadas) y los altos funcionarios (a quienes expulsa-ron de sus cargos).A la clase trabajadora, sin embargo, había que seducirla con vistas a instaurar un régimen comunista. Había que reformar la sociedad, no al individuo.

Todas las potencias vencedoras, más Francia, trabajaban para castigar a Alemania. En la Conferencia de Potsdam, celebrada en julio de 1945, las tres potencias aliadas llegaron a varios acuerdos. Entre ellos estaban la desmilitarización, la desnazificación y la democratización de Alemania, con el objetivo de impulsar “la futura reconstrucción del país sobre una base democrática y pacífica”. Todos tenían en mente que en un futuro próximo habría que reconstruir el país partiendo de unos valores sociales y políticos muy diferentes. Así, la Junta de Jefes de Estado mayor aprobó la directiva 1067 (JCS 1067), un documento en el que se hacía hincapié en la responsabilidad colectiva de Alemania en la guerra y en la necesidad de desmilitarizarla y desnazificarla, pero no de desindustrializarla por completo. Se acordó desmantelar la industria armamentística y reducir la capacidad industrial del país a la mitad del nivel alcanzado antes de la guerra. La desmilitarización fue lo primero que se acometió. Se abolieron las fuerzas armadas alemanas y se prohibió toda manifestación de militarismo en el país: realizar entrenamientos y desfiles, vestir uniformes oficiales salvo los de policía y bomberos, llevar armas, portar condecoraciones o medallas y, por supuesto, efectuar el saludo nazi y exhibir sus símbolos (prohibición que se mantiene hasta la actualidad).También se eliminaron todos los vestigios visibles del nacionalsocialismo. Se cambiaron nombres de calles y edificios, se destruyeron imágenes y símbolos, se quemaron retratos del Führer y se requisaron libros que hicieran apología de la violencia y el militarismo. Para desnazificar el país, los aliados pusieron en práctica varias iniciativas. Algunas de carácter propagandístico, para inculcar al pueblo alemán un sentimiento de culpa colectiva; las calles de las ciudades alemanas se llenaron con carteles en los que se veían fotografías de las pilas de cadáveres acompañadas con textos como “Tú eres culpable de esto” o “Estas atrocidades: ¡Culpa tuya!”. También se rodaron documentales sobre los campos. Para no llevar hasta el extremo el controvertido concepto de “culpa colectiva” e intentar discernir el grado de responsabilidad individual de la población alemana, se puso en marcha el más ambicioso plan de toda la desnazificación: la elaboración de los Fragebogen, cuestionarios con los que los aliados occidentales pretendían cuantificar la presencia del nacionalsocialismo en Alemania e identificar a los más implicados para excluirlos de la vida pública. Hasta 1947 se distribuyeron 16 millones de encuestas entre la población. Su cumplimentación era un requisito imprescindible para cualquier alemán que quisiera reintegrarse a la vida normal. Negarse suponía quedarse sin posibilidad de acceder a un puesto de trabajo y sin cupones de racionamiento, incluso exponerse a ser juzgado como criminal de guerra. Los Fragebogen estaban compuestos por 133 preguntas distribuidas en 12 páginas. La mayoría tenían que ver con el pasado político del encuestado: si había formado parte del partido nazi o alguna organización afín, si tenía familiares que hubieran sido nazis, a quién había votado en las últimas elecciones, cuál era su opinión sobre Hitler o el nazismo. Se preguntaba al entrevistado sobre su situación actual (si los bombardeos habían afectado a su salud, en qué estado se encontraba su vivienda), sobre sus antepasados (para saber si estaba emparentado con la nobleza) e incluso sobre las marcas que tenía en su cuerpo, como cicatrices o tatuajes. Con esto último esperaban conocer si el encuestado tenía alguna herida de guerra, si había pertenecido a algún cuerpo militar (los miembros de las SS, por ejemplo, llevaban grabado su grupo sanguíneo en el brazo) o si había sido miembro de una fraternidad estudiantil de carácter nacionalista (como las Burschenschaften
, que practicaban duelos a espada como ritual de iniciación).

Una vez cumplimentado el cuestionario, y bajo la advertencia de que “la información falsa tendrá como consecuencia una acción procesal por parte de los tribunales del gobierno militar”, se incluía al entrevistado en una de estas cinco categorías: “culpable”, “comprometido”, “medianamente comprometido”, “simpatizante” y “exonerado”. De esta manera, en función de su complicidad con el nazismo, los alemanes podían acceder a mejores o peores puestos de trabajo y a cartillas de racionamiento más o menos abundantes. Pero al terminar la guerra, había ocho millones de afiliados al partido nazi y muchos más vinculados a organizaciones relacionadas con el nazismo. Médicos, educadores, empresarios, ingenieros, altos cargos de la administración… Una parte importante de los profesionales más cualificados, los que estaban llamados a reconstruir el país bajo los principios democráticos, se encontraban teóricamente vetados por su pasado político. Las tensiones entre americanos y soviéticos “resolvieron” el problema; el creciente enfrentamiento entre los dos bloques provocó que la desnazificación fuera perdiendo interés a favor de la reeducación ideológica. Había que ganarse a la población alemana, convencerla de las virtudes del modo de vida capitalista o comunista.

Grandes personajes de la cultura alemana fueron investigados; El director de orquesta Herbert von Karajan[11] que sí fue nazi (se afilió al partido en 1933 y contó con el favor de Goebbels) durante el proceso de desnazificación se defendió alegando que no lo hizo por convicción, sino presionado por las circunstancias, siendo exonerado. Leni Riefenstahl[12], la autora de “El triunfo de la voluntad” y “Olimpiada” tuvo una relación muy estrecha con la cúpula del partido nazi, por lo que sufrió un proceso de desnazificación especialmente largo. Hasta su absolución en 1949, fue arrestada, ingresada en un manicomio, sus bienes confiscados y su reputación pisoteada (se la acusaba de ser “la puta de los nazis”. Hugo Boss cuya empresa era una de tantas que confeccionaba uniformes del Ejército, tampoco salió bien parado. Militante nazi desde 1931, Boss fue acusado de utilizar mano de obra esclava y condenado a pagar 80.000 marcos. El filósofo Martin Heidegger cometió el “error pasajero” (como dijo sin empacho en una entrevista en el semanario Der Spiegel) de ser nazi. Fue acusado de “simpatizante” por un tribunal de desnazificación y destituido como docente en la Universidad de Friburgo. Poco a poco, todos aquellos funcionarios y profesionales cualificados que no tuvieron una implicación directa en los crímenes del nazismo fueron readmitidos, y el trabajo de desnazificación se fue dejando en manos de los propios alemanes. En 1949, la recién fundada República Federal de Alemania clausuró todas las investigaciones sobre el pasado político de funcionarios y oficiales del Ejército. De un total de 3,6 millones de casos examinados, únicamente se incriminó a 175.000 personas. Y de ellas, solo 1.667 fueron halladas culpables, siendo ajusticiadas la mitad. Los soviéticos, por su parte, despidieron de sus trabajos a medio millón de antiguos nazis, pusieron en su lugar a empleados antifascistas e invitaron a los exnazis con un pasado menos compro-metido a unirse a ellos. Muchos huyeron a la zona occidental, pero otros muchos se quedaron y, con el tiempo, se transformaron en comunistas ejemplares. Tras la derrota de la Alemania nazi por parte de los aliados, el territorio germánico quedaría dividido en cuatro sectores de ocupación una parte para los estadounidenses, otra para los soviéticos, otra para los ingleses y otra para los franceses. Con estas divisiones pronto se vería una gran diferencia entre los aliados (Francia, EE.UU e Inglaterra) y los comunistas (Rusia), la división fue creciendo dando lugar a dos tipos de monedas distintas, a dos modelos de gobierno distintos y finalmente con la división de Alemania en dos partes distintas. En el sector occidental lugar de ocupación de Francia, Inglaterra y EE.UU se fundó la República Federal Alemana (RFA) y en la zona de ocupación comunista se crearía la República Democrática Alemana (RDA), la ciudad de Berlín quedaría dividida creando 81 puntos de encuentro en la frontera entre ambos territorios. Comenzaron los movimientos de migración de una parte a otra, abandonando la RDA para trasladarse a la zona occidental donde se tenían unas mejores condiciones de vida comparadas con parte comunista. Tras la marcha de gran parte de la población de la zona oriental el gobierno de la RDA comenzó con la construcción de barreras que dividirían la ciudad de Berlín en dos partes para poder controlar el traslado de la población de un lugar a otro levantando incluso los adoquines de las calles, el ejército y la policía de la República Democrática se hicieron con el control del paso de las fronteras. Es así como a partir del 12 de agosto de 1961 se crearía una división fronteriza entre las dos partes de Alemania debido a la gran marcha de población de la zona comunista a la zona occidental.

Tras el paso de los días esa pequeña alambrada se fue convirtiendo en grandes muros de ladrillo y aquellas casas que se encontraban en la frontera fueron desalojadas y derruidas para poder dar paso al gran muro que dividiría el territorio germánico. Con el paso de los años se dieron varios escapes en diversas zonas del país por lo que el gobierno democrático alargo el muro hasta límites insospechados para poder aumentar la seguridad de las fronteras entre ambos territorios. El muro de Berlín acabo convirtiéndose en una muralla de unos cuatro metros de altura con un interior formado por cables de acero, tras el muro se creó la llamada “franja de la muerte” donde se encontraban fosos y carreteras vigiladas por los militares, en 1975 habían 43 kilómetros de muros vigilados y el resto eran alambradas. Los intentos de pasar el muro fueron varios, concretamente entre 1961 y 1985 alrededor de 5000 personas pasaron las fronteras, más de 3000 fueron detenidas y 100 perdieron la vida en el intento. La guerra fría significo para los europeos un orden que se asumió como natural y al que al final se habían acostumbrado.  Y en todo caso, la gente en general prefería una guerra fría a una guerra con armas, daba la sensación de que las potencias, aunque estaban en una competencia de armamento, no estaban realmente interesadas en una guerra. Así, la guerra fría se convirtió en una suerte de ceremonia con sus propios y específicos rituales, pero que en todo caso proporcionaba la seguridad de que ninguno de los dos lados se animaría a desatar una guerra. El hecho de que las fronteras de este conflicto pasaran por Alemania, por el muro que traspasó Berlín desde 1961, era además un problema especial para Alemania, sin embargo, desde 1989 el sistema soviético colapsó.

El sistema mundial que había hecho surgir la Guerra Fría parecía destinado a una subsistencia duradera como organismo, porque garantizaba una paz armada, el mundo estaba dividido en dos bloques de poder, y al lado existía un Tercer mundo que estaba representado en la ONU y que a su vez era objeto de competencia entre las potencias en el plano de la ayuda para su desarrollo. La estabilidad que habían conseguido ambas partes con el sistema de la Guerra Fría dejó surgir la idea de que finalmente no habría una confrontación. Europa occidental se organizó en entidades de integración como la Unión Económica Europea y el Consejo Europeo, de las cuales surgió la Unión Europea. Así, tanto en el Este como en el Oeste se buscó la fórmula de la coexistencia. No un acercamiento ni la disolución de las fronteras, porque ambas partes no eran entidades geográficas sino formas ideológicas diametralmente opuestas, y además con mucho armamento acumulado, pero sí una forma de convivencia que evitara el peligro de la guerra. El final de la Guerra Fría creó una situación absolutamente nueva en Europa. El Pacto de Varsovia y la alianza militar del Este se disuelven sin ser reemplazados, y los países miembros del Pacto ingresan a la alianza occidental de la OTAN. Este proceso, además de único en la historia, fue extremamente rápido, de manera que sus consecuencias están todavía marcando nuestra vida diaria y la política interior de todos los países involucrados, que se volcaron a una economía capitalista. Con el colapso del sistema soviético también llegó el final de las ideologías. La visión de la humanidad del socialismo había fracasado, pero no sólo el socialismo sino también los partidos socialdemócratas, que en todas partes tenían ahora muchas más dificultades para imponer sus programas redistributivos. Los ciudadanos ya no estaban tan interesados en programas o ideologías y surgieron nuevos problemas que no tenían nada que ver con los de la Guerra Fría.

 

[1] Henry Morgenthau, Jr. (11 de mayo de 1891, Nueva York, Estados Unidos – Ibídem, 6 de febrero de 1967) fue el Secretario del Tesoro de los Estados Unidos durante la administración de Franklin D. Roosevelt. Él tuvo un papel importante en el diseño y la financiación New Deal. Después en 1937, mientras todavía estaba a cargo de la Tesorería, tuvo un papel central en la financiación de la participación de EE.UU. en la Segunda Guerra Mundial. También tuvo una participación más sobresaliente en la configuración de la política exterior, especialmente con respecto a Ley de Préstamo y Arriendo, apoyando a China, ayudando a los refugiados judíos, y (en el «Plan Morgenthau«) la prevención Alemania de ser nunca más una amenaza militar

[2] La desnazificación (en alemán Entnazifizierung) fue una iniciativa de los ejércitos aliados después de su victoria sobre la Alemania nazi el 8 de mayo de 1945. Reforzada por la Conferencia de Potsdam, debería resultar en «la depuración» de sociedad, cultura, prensa, justicia y política de Alemania y Austria de toda influencia nazi. Para Alemania el Comité de Control de los Aliados aprobó en 1946 una serie de directivas de desnazificación mediante las cuales definía a ciertos grupos de personas y a continuación conducía a una investigación judicial.

[3] Gueorgui Konstantínovich Zhúkov (1 de diciembre de 1896 – 18 de junio de 1974) fue un político, militar y mariscal de la Unión Soviética, considerado uno de los comandantes más destacados de la Segunda Guerra Mundial. Conocido por vencer a los japoneses en 1939 durante la batalla de Jaljin Gol y durante la Segunda Guerra Mundial por sus triunfos contra los alemanes en las batallas de Moscú, Stalingrado, Leningrado, Kursk, en la Operación Bagratión y en la toma de Berlín.

[4] La Kommandatura Aliada fue el Gobierno Central establecido en Berlín tras el fin de la II Guerra Mundial en Alemania por parte de las fuerzas aliadas en Alemania. La victoria del bando Aliado supuso el control y la gestión de la Alemania Nazi y demás territorios mediante gobiernos militares entre los que se incluía la propia capital germana. Con frecuencia se le ha dado el sobrenombre de «hermanito»​Aparte de Berlín, sus funciones se extendían por todo el territorio alemán, el cual estuvo subordinado a él. La Kommandatura estaba formada por Estados Unidos, Reino Unido, Unión Soviética y Francia La sede se encontraba en el distrito de Dahlem

[5] Los Juicios de Núremberg o Procesos de Núremberg fueron un conjunto de procesos jurisdiccionales emprendidos por iniciativa de las naciones aliadas vencedoras al final de la Segunda Guerra Mundial, en los que se determinaron y sancionaron las responsabilidades de dirigentes, funcionarios y colaboradores del régimen nacionalsocialista de Adolf Hitler en los diferentes crímenes y abusos contra la humanidad cometidos en nombre del Tercer Reich Alemán a partir del 1 de septiembre de 1939 hasta la caída del régimen en mayo de 1945. Irónicamente, los juicios se desarrollaron donde 10 años antes se habían promulgado las leyes del mismo nombre por Hitler.

[6] El Consejo de Control Aliado o Autoridad de Control Aliado , conocido en el idioma alemán como el Alliierter Kontrollrat y se refirió también a que las cuatro potencias, fue el órgano de gobierno de los aliados zonas de ocupación en Alemania y Austria después del final de Segunda Guerra Mundial en Europa . Los miembros fueron la Unión Soviética, el Estados Unidos, el Reino Unido y Francia. La organización se basó en Berlín-Schöneberg. El consejo se reunió para determinar varios planes para Europa de la posguerra, incluyendo cómo cambiar las fronteras y poblaciones de transferencia en Europa del Este y Alemania. Como las cuatro potencias aliadas se habían unido a sí mismos en un condominio de afirmar el poder ‘supremo’ en Alemania, el Consejo de Control Aliado se constituyó la única autoridad soberana legal para el conjunto de Alemania, en sustitución del gobierno civil extinta de la Alemania nazi

[7] Berthold Konrad Hermann Albert Speer ​ (Mannheim, 19 de marzo de 1905 – Londres, 1 de septiembre de 1981) fue un arquitecto alemán y ministro de Armamento y Guerra del Tercer Reich durante la Segunda Guerra Mundial. Speer fue arquitecto jefe de Adolf Hitler antes de asumir la oficina ministerial. Se le conoce como «el nazi que pidió perdón» porque en los juicios de Núremberg y en sus memorias aceptó su responsabilidad en los crímenes del régimen nazi. A pesar de ello, su nivel de implicación en la persecución de los judíos y su conocimiento del Holocausto siguen siendo motivo de controversia

[8] Paul Joseph Goebbels​  (Rheydt, 29 de octubre de 1897-Berlín, 1 de mayo de 1945) fue un político alemán que ocupó el cargo de ministro para la Ilustración Pública y Propaganda del Tercer Reich entre 1933 y 1945. Uno de los colaboradores más cercanos de Adolf Hitler, Goebbels fue conocido por su dominio de la oratoria, profundo antisemitismo​ —que se ponía de manifiesto en sus declaraciones públicas— y respaldo a una discriminación racial más progresiva —que, entre otras cosas, acabaría dando lugar al exterminio de los judíos durante el llamado Holocausto

[9] Dwight David «Ike» Eisenhower (Denison, Texas, 14 de octubre de 1890-Washington D. C., 28 de marzo de 1969) fue un militar y político que sirvió como el 34º presidente de los Estados Unidos entre 1953 y 1961. General de cinco estrellas del Ejército de los Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial, fue comandante supremo aliado en el frente de la Europa occidental, responsable de la planificación y supervisión de la invasión del norte de África en la Operación Torch entre 1942 y 1943 y de la exitosa invasión de Francia y Alemania entre 1944 y 1945​  En 1951, se convirtió en el primer comandante supremo aliado en Europa de la OTAN.

[10] Las violaciones en masa cometidas por el Ejército Rojo fueron perversos actos de cometidas por el ejército comunista de la Unión Soviética al finalizar la Segunda Guerra Mundial, que con la invasión por parte de este de los países del Eje, perpetró la violación de 2.000.000 de mujeres alemanas por soldados soviéticos en su avance por el Tercer Reich, de las que un 10% fueron posteriormente asesinadas. Del total, 1.400.000 víctimas eran de las provincias orientales, 500.000 de la zona de ocupación rusa en Alemania y las 100.000 restantes en la capital, Berlín, donde hubo más ensañamiento en los días posteriores a la conquista, llegando a violar hasta 70 veces a la misma mujer. Fueron tales las perversiones cometidas, que muchas de ellas intentaron matar a sus hijas para librarlas, así como la mayoría intentaron cortarse las venas. En Hungría hubo agresiones similares, así en Budapest fueron violadas por los rusos unas 50.000 mujeres. También fueron víctimas de violaciones por soldados rusos, aunque resulte paradójico, mujeres de su mismo país, puesto que había sido ocupado anteriormente por los alemanes y esperaban ansiosamente una liberación, y que al final fue en muchos casos peor que su situación previa. Las violaciones también se repitieron en países como Bulgaria, Checoslovaquia, Polonia o Yugoslavia.

[11] Herbert von Karajan (Salzburgo, 5 de abril de 1908-Anif, cerca de Salzburgo, 16 de julio de 1989) fue uno de los más destacados directores de orquesta del periodo de la posguerra y, en general, del siglo XX. Dirigió la Orquesta Filarmónica de Berlín durante treinta y cinco años. Según una estimación Karajan llegó a ser el artista discográfico de música clásica con las mayores ventas de todos los tiempos, llegando a los 200 millones de ventas.

[12] Helene Bertha Amelie Riefenstahl, conocida como Leni Riefenstahl (Berlín, 22 de agosto de 1902-Pöcking, 8 de septiembre de 2003), fue una cineasta, actriz y fotógrafa alemana. Es considerada una de las figuras más controvertidas de la historia del cine: por un lado, sus críticos han catalogado su trabajo como propaganda del nacionalsocialismo,​ mientras que para otros fue una cineasta innovadora y creativa, condenada a que del Tercer Reich hiciera mal uso de sus obras con fines propagandísticos

David Odalric de Caixal i Mata: Historiador Militar, experto en Geoestrategia Internacional y Terrorismo Yihadista. Director del Área de Seguridad y Defensa de INISEG (Instituto Internacional de Estudios en Seguridad Nacional). Director del Observatorio contra la Amenaza Terrorista y la Radicalización Yihadista (OCATRY). Asesor en Seguridad y Defensa en HERTA SECURITY. Director de OSI INTELLIGENCE (Occidental Studies Institute-USA) Membership research projects in support of Veterans of the Armed Forces of the United Kindom. Membership in support of the AUSA (Association of the United States Army) Miembro asesor de la Sección de Derecho Militar y Seguridad del ICAM (Ilustre Colegio de Abogados de Madrid). Membership in support of the Friends of the Israel Defense Forces. Miembro del Consejo Asesor del LIKUD-SERBIA (Israel)