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La Realpolitik: La Política Exterior en el Gobierno de Richard Nixon, Ford, Carter, la Guerra de las Galaxias de Reagan y el fin de la Guerra Fría II Parte

La política exterior del Presidente Carter: El punto central y eje principal de toda la política exterior de la presidencia de Jimmy Carter fue la política de los derechos humanos que fue diseñada como arma un ideológica contra el creciente poderío e influencia cada vez más importante de la entonces Unión Soviética como abanderada del proyecto mundial para la construcción del socialismo y el comunismo. Durante la era Carter, la ex Unión Soviético promulgó en 1978 una nueva constitución que fue pomposamente llamada “La constitución del socialismo desarrollado”. Precisamente este concepto, esta idea del socialismo desarrollado fue presentado por los dirigentes soviéticos como un paso cercano a la futura sociedad comunista en los años de Leonid Brezhnev (1964-1982) al frente del estado soviético. Esto fue todo un desafío para la nueva administración norteamericana quien no podía darse el lujo de permitir el fortalecimiento político, ideológico y militar de su principal adversario en todos los continentes. El problema del llamado “expansionismo comunista soviético” tenía altamente preocupada a los gobernantes norteamericanos porque los países más atrasados del mundo que se iban desprendiendo de su pasado colonial y neocolonial, veían con simpatía las ideas socialistas y marxistas para reconstruir sus países en la concepción que se conoció como la ”vía no capitalista de desarrollo”, es decir, un modelo alternativo para pasar al socialismo sin pasar por el capitalismo y que estuvo muy en boga en países de África y Asia. Por esta razón, es que apoyó decididamente a la tenebrosa dictadura racista sudafricana en sus guerras contra Angola y Mozambique y la ocupación de Namibia para derrotar al Organización Popular del África Sudoeste (SWAPO) con el fin de destruir los procesos liberadores de estos países independizados en 1974 de Portugal y derrotar a los contingentes militares cubanos presentes en esos países. Es decir, es la política conocida con el nombre de “roll back”, hacer retroceder al enemigo en cualquier rincón donde este se encuentre. La nueva visión del gobierno de Carter basado en el programa para la promoción de los derechos humanos fue un elemento que influyó en el desenvolvimiento de las relaciones internacionales en general y entre los Estados Unidos y la Unión Soviética en particular. Para los Estados Unidos era imprescindible apoyar todo movimiento, toda opinión que, por más insignificante o pequeño que fuera, significara un problema serio para su contrincante y una forma de demostrar que la igualdad en el socialismo no existía, que solo era una quimera de la que únicamente disfrutan la denominada nomenklatura (dirigencia del Kremlin) y que el pueblo estaba sometido a una “feroz dictadura” contra la que no se podía ni hablar, ni criticar, ni votar, ni elegir a las autoridades enquistadas en el poder desde 1917. Este fue el argumento para impulsar los derechos humanos utilizando como ariete a los llamados disidentes soviéticos, brindándoles todo tipo de apoyo sea económico, financiero, sanitario y diplomático, planes que comenzaron a elaborarse durante la presidencia de Harry Truman (1945-1953) cuyo primer documento central se llamó “Ofensiva Psicológica contra la URSS: Objetivos y Tareas”, escrito en 1953.

No obstante, podemos afirmar que con la presidencia de Carter se inicia una nueva y prospera etapa en la cual el desarrollo de los Estados Unidos comenzó a orientarse hacia la creación de un poderoso estado militarista promotor de una política exterior expansionista, impulsor de la intervención militar directa en cualquier rincón del planeta donde esté en peligro los intereses vitales de los Estados Unidos. Y esto es una cuestión que durante toda su presidencia estuvo a la orden del día, tanto en los discursos del propio presidente como también por sus secretarios de gabinete, asesores y miembros de las Fuerzas Armadas. A Jimmy Carter le tocó la tarea de que el pueblo norteamericano superar el “síndrome de Vietnam” y lo hizo no renunciando a las doctrinas militares de expansionismo para defender los intereses de la nación, con las que se convirtió en la primera potencia mundial, la de los intereses vitales, la del primer golpe nuclear o las que proclamaban la superioridad militar, sino que sentó las bases y creó la estructura suficiente y necesaria para que los siguientes presidentes pudieran continuar estableciendo una estructura militar suficientemente importante como para convertir a los EEUU en una gran superpotencia militar. Esto es así porque las fuerzas de despliegue rápido fueron utilizadas por primera vez por Ronald Reagan quien para la invasión a Granada en octubre de 1983 había ordenado duplicar su números de efectivos; George Bush las utilizó en la primera guerra del Golfo entre enero y febrero de 1991; Bill Clinton le tocó su turno entre 1993 y 1994 en la desastrosa operación en Somalia donde murieron 18 soldados norteamericanos y otros 79 fueron heridos y la guerra en la Federación Yugoslava en marzo de 1999, además de las operaciones llevadas a cabo en Sudán, Afganistán e Irak en varias ocasiones; el de Georg Bush (hijo) las llevó nuevamente a la guerra en las invasiones de Afganistán en octubre de 2001 y en Irak en marzo de 2003, en la guerra preventiva contra el terror que sacudió al mundo en 2001 en el ataque a las Torres Gemelas de Nueva York, donde EEUU declaró la guerra al terrorismo yihadista. En ese sentido podemos tomar las palabras del entonces Jefe del Ejército de los Estados Unidos, general Edward C. Meyer quien en 1980 afirmaba: “El reto más exigente que confrontan los militares norteamericanos en los ochenta es desarrollar o demostrar la capacidad de enfrentar exitosamente las amenazas a los intereses vitales norteamericanos fuera de Europa sin comprometer el teatro decisivo de Europa Central” En el plano interno, la llegada de Carter a la primera magistratura generó en el pueblo norteamericano una nueva y renovada esperanza de que las propuestas del partido demócrata en el poder apuntaban a mejorar las relaciones con la entonces Unión Soviética; a recuperar la fe y la confianza en el país tras la humillante y desastrosa derrota en la guerra de Vietnam; a dar importantes soluciones a la preocupante situación de los trabajadores, como sería con la derogación de la ley Taft-Hartley de 1947 que impedía el ejercicio de derecho de huelga y limitaba a los empleados públicos tener su propio sindicato; se llevó a cabo la resolución del problema de la inflación y otro problema realmente vital para los Estados Unidos, el abastecimiento y el uso de los recursos energéticos; el poder mejorar la salud de los estadounidenses, la situación carcelaria de los reclusos y el problema de las drogas en EEUU. Carter realizó una exitosa campaña electoral definiéndose como un «extraño en Washington», en la que criticaba al presidente Gerard Ford y al Congreso de los Estados Unidos, controlado por los demócratas. Como presidente, continuó con esta línea, su negativa a jugar con las «reglas de Washington» contribuyó a una difícil relación de la administración Carter con el Congreso. Hamilton Jordan y Frank Moore, en particular, se enfrentaron desde el principio, con los líderes demócratas, como el Portavoz de la Cámara de Representantes, Tip O’Neill. Las relaciones con el Capitolio se agriaron por llamadas telefónicas no devueltas, insultos (tanto reales como imaginarios) y una falta de voluntad para intercambiar favores políticos y debilitó la capacidad del presidente para impulsar su ambiciosa agenda. Durante los primeros 100 días de su presidencia, Carter remitió una carta al Congreso, proponiendo el rechazo de varios proyectos. Entre los que manifestaron su oposición a esa propuesta, se encontraba el senador Russell B. Long, un poderoso demócrata del Comité de Finanzas del Senado. El plan de Carter fue revocado y el sentimiento de amargura se convirtió en un problema para Carter. El plan de Carter fue rechazado, lo que produjo un sentimiento de amargura en Carter. El rechazo abrió una brecha entre la Casa Blanca y el Congreso, Carter manifestó que la oposición más intensa y creciente a sus políticas provenían del ala liberal del Partido Demócrata de los Estados Unidos, que atribuyó a la ambición de Ted Kennedy para reemplazarlo como presidente. Pocos meses después de iniciado su mandato, y pensando que tenía el apoyo de cerca de 74 congresistas, Carter publicó una «lista negra» de 19 proyectos que, según Carter, suponían un «pork barrell» de gasto público, manifestando que vetaría cualquier iniciativa legislativa que incluyera cualquier proyecto de esta lista. Esta lista se encontró con la oposición del líder del partido demócrata. Carter había incluido un proyecto de ley de ríos y puertos como algo innecesario y el portavoz de la Cámara de Representantes, Tip O’Neill, pensó que era desaconsejable que el presidente interfiriese en asuntos que tradicionalmente habían formado parte de la esfera de competencias del Congreso. Tras estos hechos, Carter quedó aún más debilitado y tuvo que firmar un proyecto de ley que contenía proyectos de su lista negra. Más tarde, el Congreso rechazó aprobar las principales disposiciones de su ley de protección de los consumidores y su paquete de reforma laboral y Carter vetó un paquete de obras públicas calificándolas de «inflacionarias», puesto que contenía lo que él consideraba gastos innecesarios. Los líderes del Congreso percibieron que el apoyo público a la iniciativa legislativa de Carter era débil, y se aprovecharon de ella. Después de destripar el proyecto de ley de protección al consumidor, transformaron su plan de impuestos en nada más que gastos de especial interés, tras lo cual, Carter se refirió al Comité de impuestos del Congreso como «manada de lobos». Su mandato como presidente de Estados Unidos, estuvo marcado por importantes éxitos en política exterior, como los tratados sobre el Canal de Panamá, los Acuerdos de Paz de Camp David (tratado de paz entre Egipto e Israel), el tratado SALT II con la URSS y el establecimiento de relaciones diplomáticas con la República Popular China y vivió sus momentos más tensos con la crisis de los rehenes en Irán. En política interior, su gobierno creó los ministerios de energía y educación y reforzó la legislación sobre protección medioambiental. Desde que abandonó la Casa Blanca, se ha dedicado a una labor de mediación en conflictos internacionales y a poner su prestigio al servicio de causas humanitarias, en 1982, fundó junto con su esposa Rosalynn, el Centro Carter, una organización no gubernamental que lucha por el avance de los derechos humanos, la mediación en conflictos internacionales y que ha estado presente como observador en distintos procesos electorales