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LA POLÍTICA DE EXCLUSIÓN EN LA HISTORIA DEL CONTINENTE AMERICANO EN BASE A LA POLÍTICA DEL PODER A SEMEJANZA DE EUROPA

La política de exclusión en la historia del continente americano en base a la política del poder a semejanza de Europa

Casi como por efecto de alguna ley natural, en cada siglo parece surgir un país con el poderío, la voluntad y el ímpetu intelectual y moral necesarios para modificar, según sus propios valores, todo el sistema internacional. En el siglo XVII, Francia, encabezada por el cardenal Richelieu, dio un enfoque moderno a las relaciones internacionales, basado en la nación-Estado y motivado por intereses nacionales como su propósito supremo. En el siglo XVIII, Gran Bretaña introdujo el concepto de equilibrio del poder, que dominó la diplomacia europea durante los siguientes doscientos años. En el siglo XIX, la Austria de Metternich reconstruyó el Concierto de Europa, y la Alemania de Bismarck lo desmanteló, convirtiendo la diplomacia europea en un frío juego de política del poder. En el siglo XX, ningún país ha influido tan decisivamente, y al mismo tiempo con tanta ambivalencia, en las relaciones internacionales como los Estados Unidos. Ninguna sociedad ha insistido con mayor firmeza en lo inadmisible de la intervención en los asuntos internos de otros Estados, ni ha afirmado más apasionadamente que sus propios valores tenían aplicación universal. Ninguna nación ha sido más pragmática en la conducción cotidiana de su diplomacia, ni más ideológica en la búsqueda de sus convicciones morales históricas. Ningún país se ha mostrado más renuente a aventurarse en el extranjero, mientras formaba alianzas y compromisos de alcance y dimensiones sin precedente. Los dirigentes norteamericanos debido a sus principios morales rechazaron la diplomacia europea donde las condiciones de seguridad apartaban los principios del derecho civil en una visión maquiavélica de la política. El tiempo hizo que la invocación de la moral para resolver conflictos internacionales provocara una ambivalencia y una angustia en cuanto a cómo considerar la subordinación o no de la supervivencia a la moral. Robert Tucker y David Hendrick analizan este hecho diciendo que “para Jefferson el gran dilema de la ciencia del estadista radicaba en su aparente renuncia a los medios de que los Estados siempre habían dependido para garantizar sus seguridad y satisfacer sus ambiciones, y en su repugnancia a renunciar a las ambiciones que normalmente conducían al uso de esos medios. Lo que Jefferson deseaba es que los EE.UU. pudieran realizar ambas cosas: gozar de los frutos del poder sin ser víctimas de las consecuencias normales de su ejercicio”. Todavía hoy este enfoque bipolar es parte de las discusiones de la política exterior norteamericana. Hasta el siglo XX, la política exterior norteamericana cumplió el destino manifiesto del país, su expansión, y se mantuvo libre de los compromisos del ultramar. Las singularidades que los Estados Unidos se han atribuido durante toda su historia han dado origen a dos actitudes contradictorias hacia la política exterior. La primera es que la mejor forma en que los Estados Unidos sirven a sus valores es perfeccionando la democracia del propio país, actuando así como faro para el resto de la humanidad; la segunda, que los valores de la nación le imponen la obligación de defenderlos en todo el mundo, como si de una cruzada se tratara. Desgarrado entre la nostalgia de un pasado prístino y el anhelo de un futuro perfecto, el pensamiento norteamericano ha oscilado entre el aislacionismo y el compromiso, aunque desde el fin de la Segunda Guerra Mundial hayan predominado las realidades de la interdependencia. Ambas escuelas de pensamiento, la de los Estados Unidos como faro y la de los Estados Unidos como cruzado, consideran normal un orden global internacional fundamentado en la democracia, el libre comercio y el derecho internacional. Sin embargo, como tal sistema no ha existido nunca, a menudo esta evocación les parece utópica, por no decir ingenua, a otras sociedades. El escepticismo extranjero, no obstante, nunca hizo mella en el idealismo de Woodrow Wilson, Franklin Roosevelt o Ronald Reagan ni tampoco en el de ningún otro presidente norteamericano del siglo XX. Si algo ha hecho, ha sido intensificar la fe del país en que es posible superar la historia, y en el razonamiento de que si el mundo realmente desea la paz, tendrá que aplicar las prescripciones morales que defienden los Estados Unidos. Ambas escuelas de pensamiento son producto de la experiencia norteamericana. Aunque han existido otras repúblicas, ninguna fue creada conscientemente para encarnar la idea de libertad. Sólo la población de este país decidió encabezar un nuevo continente y civilizar sus regiones despobladas en nombre de una libertad y prosperidad comunes para todos. Así, ambos enfoques, el aislacionista y el misionero, tan contradictorios en apariencia, reflejaron una creencia común subyacente: que los Estados Unidos poseían el mejor sistema de gobierno del mundo, y que el resto de la humanidad podría alcanzar la paz y la prosperidad si abandonaba la diplomacia tradicional y reverenciaba el derecho internacional y la democracia como lo hacían los norteamericanos.

Análisis histórico y político de la Doctrina Monroe (1823).

Sería el nombre que reciben los planes y programas políticos que inspiraron el expansionismo de los Estados Unidos de Norteamérica, tras la incorporación de importantes territorios que habían pertenecido al imperio español y en su dialéctica con las realidades imperiales entonces actuantes –Gran Bretaña, Rusia, Francia, &c.–, sintetizados por el presidente Santiago Monroe en su intervención del 2 de diciembre de 1823 ante el Congreso norteamericano, y que se pueden resumir en tres puntos: no a cualquier futura colonización europea en el Nuevo Mundo, abstención de los Estados Unidos en los asuntos políticos de Europa y no a la intervención de Europa en los gobiernos del hemisferio americana. Podríamos afirmar desde el punto de vista histórico, analizando los antecedentes de la Doctrina Monroe que surgieron a raíz del En el Congreso de Verona, celebrado desde mediados de octubre al 14 de diciembre de 1822 [que se suele interpretar como la última reunión de la Santa Alianza europea, constituida inicialmente en París el 26 de septiembre de 1815 entre el rey de Prusia y los emperadores de Austria y Rusia], se decidió ayudar al restablecimiento del absolutismo en España, facilitando que Fernando VII recuperase el poder con la ayuda de los Cien mil hijos de San Luis que pusieron fin al trienio liberal, previa una nueva ocupación militar francesa de España (abril a octubre de 1823). Temerosa la Gran Bretaña de una ofensiva absolutista franco española en las repúblicas hispano americanas que durante el trienio liberal español habían avanzado en su consolidación nacional, el ministro de exteriores británico, Jorge Canning, propuso al embajador norteamericano en Londres, Ricardo Rush, una declaración conjunta que frenase tal potencial intervención, de la que ofrecemos su texto vertido a la lengua:

Propuesta de declaración conjunta británico-norteamericana sobre las colonias de España en América (dirigida por el ministro Jorge Canning al embajador norteamericano en Londres, Ricardo Rush, el 16 de agosto de 1823)

«Mi Querido Señor:
Antes de dejar la Ciudad, deseo traer a su atención de una manera más concreta, pero aún de manera no oficial y confidencial, la cuestión que comentamos brevemente la última vez que tuve el placer de verle.
¿No es llegado el momento cuando nuestros dos Gobiernos puedan entenderse con respecto a las Colonias de España en América? Y si podemos llegar a un entendimiento así, no sería oportuno para nosotros y beneficioso para el resto del mundo, que sus principios queden claramente fijados y simplemente expuestos.
Por nosotros no hay disfraz.
1. Concebimos la recuperación por España de las Colonias como un imposible.
2. Concebimos su reconocimiento como Estados Independientes como una cuestión de tiempo y de circunstancias.
3. No estamos, sin embargo, dispuestos a poner ningún impedimento a un arreglo entre ellas y
la madre patria por medio de negociaciones amistosas.
4. No pretendemos nosotros la posesión de ninguna porción de ellas.
5. No podríamos ver con indiferencia la transferencia de ninguna porción de ellas a otra potencia.
Si estas opiniones y sentimientos son, como creo firmemente, comunes entre su Gobierno y el nuestro, ¿por qué hemos de vacilar en confiárnoslas mutuamente; y en declararlas abiertamente al mundo?
Si hay otra potencia europea que abriga otros proyectos, que mira a una empresa bélica para subyugar a las Colonias, por parte o en nombre de España, o que medita la adquisición para sí de alguna parte de ellas, por cesión o por conquista; tal declaración por parte de su gobierno y del nuestro sería el modo, a la vez el más efectivo y menos ofensivo, de intimar nuestra desaprobación conjunta de tales proyectos.
Ello a la vez pondría fin a todos los celos de España respecto de las Colonias que le quedan, y a la agitación que prevalece en esas Colonias, una agitación que no sería sino humano calmar; estando decididos (como estamos) a no beneficiarnos de alentarla.
¿Concibe Ud. que esté autorizado, bajo los poderes que ha recibido recientemente, para entrar en negociaciones y firmar alguna Convención sobre este asunto? ¿Concibe que, si no está dentro de sus competencias, pueda Ud. intercambiar conmigo notas ministeriales sobre el tema?
Nada podría ser más satisfactorio para mí que unirme a Ud. en tal trabajo, y estoy persuadido que en la historia del mundo rara vez ha habido la oportunidad para que tal pequeño esfuerzo de dos Gobiernos amigos pueda producir un bien tan inequívoco y evitar unas calamidades tan amplias. Yo estaré ausente de Londres no más de tres semanas a lo sumo: pero nunca tan distante que no pueda recibir y responder a cualquier comunicación, antes de tres o cuatro días.»
No obstante, la Doctrina Monroe es sin duda uno de los grandes temas de la historia de las Relaciones Internacionales del continente americano. Podríamos decir que originalmente, fue parte del mensaje anual del Presidente norteamericano James Monroe al Congreso de los Estados Unidos del 2 de diciembre de 1823; con el tiempo se convirtió en parte fundamental de la política exterior norteamericana. Las bases conceptuales y contextuales de dicha doctrina descansan en el matiz de que su esencia duraría más de cien años, siendo una parte esencial e integral del pensamiento norteamericano. El mensaje incluía ideas constatadas y englobadas en la política exterior de los Estados Unidos. La idea de la separación geográfica, política, económica y social en el Nuevo Orden Mundial, con respecto al Viejo Orden, en el que se hacía hincapié y se destacaba los diferentes intereses geoestratégicos que podrían surgir en el nuevo escenario internacional. No obstante, hay que recordar que el mensaje de Monroe fue ignorado en un principio como guía política durante una gran parte del siglo XIX, en un marco internacional de una cierta debilidad militar y las preocupaciones políticas internas que sacudían los Estados Unidos. No sería hasta finales del siglo XIX con el posicionamiento de Norteamérica como nueva potencia militar e industrial emergente, cuando la Doctrina Monroe se convertirá en la piedra angular de la política exterior norteamericana. La Doctrina Monroe, sintetizada en la frase «América para los americanos», fue elaborada por John Quincy Adams y atribuida a James Monroe en el año 1823. Establecía que cualquier intervención de los Estados europeos en América sería vista como un acto de agresión que requeriría la intervención de Estados Unidos.1 La doctrina fue presentada por el presidente James Monroe durante su sexto discurso al Congreso sobre el Estado de la Unión. Fue tomado inicialmente con dudas y posteriormente con entusiasmo. Fue un momento definitorio en la política exterior de los Estados Unidos. La doctrina fue concebida por sus autores, especialmente John Quincy Adams, como una proclamación de los Estados Unidos de su oposición al colonialismo en respuesta a la amenaza que suponía la restauración monárquica en Europa y la Santa Alianza tras las guerras napoleónicas. Esta doctrina, no obstante ha sufrido ciertas ambigüedades como por ejemplo: Esta doctrina no ha sido en realidad muy efectiva debido a las múltiples intervenciones europeas posteriores en suelo americano, como por ejemplo la toma en 1833 de las islas Malvinas por los ingleses, la ocupación española de la República Dominicana entre 1861 y 1865, el bloqueo de barcos franceses a los puertos argentinos entre 1839 y 1850, el establecimiento de Inglaterra en la costa de la Mosquitia (Nicaragua), la invasión de México por las tropas francesas y la imposición de Maximiliano de Austria como emperador, la ocupación de la Guayana Esequiba por los ingleses y el bloqueo naval de Venezuela por Alemania, Inglaterra e Italia entre 1902 y 1903, además de las diversas colonias en el Caribe que aún conservan los gobiernos europeos tales como las Islas Vírgenes Británicas, las Islas Turcas y Caicos, las islas de Aruba, Bonaire, Curazao, San Martín, Saba y San Eustaquio bajo la corona holandesa, la Guayana Francesa y Guadalupe que son departamentos franceses de ultramar que incluyen otras islas menores e islotes de posesión francesa como lo son Martinica y San Pedro y Miquelón. Igualmente hay que mencionar el caso de Groenlandia, tercer país más grande de América del Norte, que aún permanece como colonia de Dinamarca. Cabe destacar en este mismo orden de ideas que aún existen países de la Commonwealth que es un remanente colonial del Imperio Británico como lo son Canadá y las diversas islas caribeñas que son conocidas como las Indias Occidentales Británicas (British West Indies en inglés) que incluyen además a otras regiones continentales como Belice y Guyana.

La Doctrina Monroe podemos interpretarla en dos sentidos: primero, como una declaración unilateral con proyección hemisférica de la política norteamericana del aislacionismo; y segundo, como una estratégica a los efectos de evitar cualquier avance europeo en el continente americano. Que si bien en el mensaje se habla de que los Estados Unidos no admite la intromisión de ninguna potencia extranjera en el continente “americano”, sin embargo esta alusión estaba dirigida principalmente contra Inglaterra y sobre todo contra los designios que Inglaterra tenía en cuanto a la isla de Cuba. Inglaterra había propuesto a los Estados Unidos una declaración común americano-británica que alertase a las potencias europeas contra cualquier tentativa de reconquistar Hispanoamérica. A este propuesto británico, los Estados Unidos plantearon como condición, que Inglaterra reconociese, en primer lugar, la independencia de las antiguas colonias hispanoamericanas. Inglaterra procuró esquivar la petición norteamericana. Lo cierto es que, en 1823, en los Estados Unidos imperaba un sentimiento anti-británico bien fuerte, porque sospechaba que Inglaterra intentaba colaborar con la Santa Alianza, aparte que después de la última guerra americano-británica de 1812, Inglaterra mostraba indiferencia e incluso antagonismo hacia los Estados Unidos. La consecuencia más importante de la Doctrina Monroe para los Estados Unidos, es que es la doctrina de América para los americanos, o un tanto sarcásticamente, como la doctrina de América para los Norteamericanos. Esta doctrina logro detener una doble amenaza: la de los rusos que trataban de extenderse por la costa de Pacífico, y la de las potencias de la Santa Alianza, deseosas o susceptibles de inclinarse a socorrer a España en sus posesiones americanas. Para el 4 de marzo de 1845, la anexión de Texas pudo lograrse mediante una trampa legal. El gobierno mexicano protestó de inmediato ante esta medida. México jamás había manifestado que la anexión de tal territorio a la Unión Americana seria considerada como un acto de hostilidad y una causa suficiente para la declaración de la guerra. México terminó perdiendo Texas, California, Nuevo México y reconociendo el rió Bravo como límite meridional como su nueva frontera con los Estados Unidos. En 1885, los Estados Unidos superaban a Inglaterra en producción de productos manufacturados y a finales de siglo consumía más energía que Alemania, Francia, Austria-Hungría, Rusia, Japón e Italia juntos. Los aumentos de producción, vías de acero y el kilometraje de las vías férreas sobrepasaban con creces cualquier línea europea. Hubo tentaciones de parte de los dirigentes norteamericanos para crear un verdadero imperio con tanto aumento en poderío, así tenemos las ideas del secretario de estado Stewars de anexionar México y Canadá, o del gobierno de Grant (1869-1877) de anexionarse la Republica Dominicana y la isla de Cuba. Este era el estilo de pensamiento de las potencias europeas, pero el senado de los Estados Unidos se preocupó más de los asuntos domésticos, como por ejemplo, el de aumentar y mejorar el ejercito que en 1890 era inferior al búlgaro y las fuerzas navales muy inferiores que las italianas Así bajo este escenario termina el siglo XIX para la nueva potencia del mundo, y crea las bases de lo que sería el perfeccionamiento de la política expansionista e imperialista de los Estados Unidos durante el siglo XX. La verdadera historia de la Doctrina Monroe comienza a fines del s.XIX, cuando el gobierno norteamericano se transformó en uno de ofensiva, y esta sirvió para justificar las anexiones norteamericanas. En la conferencia de Berlín, las superpotencias europeas se repartieron a África que era el último territorio virgen que quedaba por repartir. Países que habían llegado tarde a la repartición, como Alemania y los Estados Unidos, no conformes con él, fijaron ojos en colonias de países decadentes como lo eran Portugal y España. En 1898 Estados Unidos ya contaba con una marina moderna, y en enero de ese mismo año el acorazado Maine salio rumbo a la Habana, Cuba en visita de “cortesía” después de diversos incidentes diplomáticos con España. En un accidente estalla el acorazado Maine, y esto les entrega la justificación que los norteamericanos necesitaban para exigirle a España que se retirara de Cuba, y empezó a movilizar tropas de voluntarios hacia la isla. España respondió declarando la guerra a los Estados Unidos, dando origen a la llamada guerra Hispanoamericana donde España perdió sus últimas colonias, Cuba, Puerto Rico, Filipinas, Guam, las islas Marianas y las islas Carolinas en Micronesia. El elemento rector de esta doctrina es la no intervención; pero desde el punto de vista norteamericano ha sido proclamada bajo un espíritu unificador; mientras que el mismo principio en la mente de los gobiernos latinoamericanos nació de la desunión del continente. La no intervención implica un no hacer, en términos de respeto a la soberanía; por lo que habrá convivencia en la medida en que se respeta la soberanía de los demás. La cooperación, por el contrario, implica un hacer. Poner al servicio de todos, aquellos elementos que se tienen en común. El Corolario de Theodore Roosevelt a la Doctrina Monroe (1904) en el que habla igualmente de la no intervención en sí, reclama este derecho para EE.UU. a los efectos de hacerse responsable del orden en interés de la civilización. No obstante lo dicho sobre la Doctrina Monroe, no hubo defensa continental por parte de EE.UU. frente a la invasión británica a las Islas Malvinas en 1833 sin olvidar que ya habían sido invadidas por una fragata norteamericana en 1831, así como tampoco la hubo frente al bloqueo a Venezuela en 1902 por las armadas de Italia, Gran Bretaña y Alemania para cobrar compulsivamente la deuda pública que este país tenía con aquellos gobiernos, motivando el pronunciamiento del Canciller argentino Luis María Drago bajo el principio de que: «la deuda pública no puede dar lugar a intervención armada, ni menos a la ocupación material del suelo de las naciones americanas por una potencia europea»3. Drago hacía referencia en su comunicación al gobierno norteamericano, que este principio ya estaba proclamado en la Doctrina Monroe. La respuesta del gobierno de EE.UU. fue que impediría la intervención de cualquier potencia extra-americana para el cobro de las deudas contractuales, pero intervendrían ellos mismos a los efectos de que se haga la justicia del caso. Lo importante, en este caso, para EE.UU., no era proteger a un país bajo una situación como la que vivía Venezuela, sino evitar que la actitud coercitiva asumiera la forma de adquisición de territorio por una potencia no americana. EE.UU. mantenía una actitud aislacionista, que rompió con los inicios del Panamericanismo. Su campo de acción principal, en tanto y en cuanto respetara las inversiones británicas, era Centroamérica y el Caribe; mientras que Gran Bretaña tenía como esfera de influencia al resto del ‘subcontinente’ a través de una política neocolonial basada en relaciones comerciales asimétricas, e inversiones. Dadas las circunstancias de la época, era muy probable que EE.UU. interviniera en un Estado Americano (centroamericanos y del Caribe) porque corriera el peligro de una invasión por un Estado extra-Americano; especialmente si éste era Gran Bretaña. Debemos saber que en 1901, EE.UU. y Gran Bretaña habían firmado el Tratado Hay –Pauncefote, que anulaba el Clayton – Bulver de 1850, en el que se establecía una división expresa de «esferas de influencia», al otorgarle a EE.UU. la responsabilidad por la construcción de un canal interoceánico en el Istmo de Panamá, a la vez que por la seguridad de la región. Este era un motivo valedero por el que EE.UU. podría no querer entrar en conflicto con Gran Bretaña.