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Concepciones del Espacio en la Antigua Mesopotamia y la plasmación urbanística y arquitectónica

Entendemos por Mesopotamia la región vertebrada por el Curso de los ríos Tigris y Eufrates, entre los cuales, lo dice el mismo nombre está encerrada, circundada al nordeste por los montes de Anatolia y de Irán, al sur por el mar, al oeste por el desierto árabe que constituye, sin duda, en el mundo antiguo, una entidad bien circunscrita. Pero para comprender a fondo una civilización como la de Mesopotamia no basta con conocer los datos arqueológicos, o la información meramente histórica, para poder asimilar y entender la verdad sobre las distintas culturas y pueblos que se han ido sucediendo a lo largo de la historia, y que determinan lo que somos hoy en día, es necesario comprender como concebían su propia existencia en las concepciones de su espacio, en su plasmación arquitectónica, y en la planificación de sus ciudades, pero sobre todo, creo que sería importante resaltar que actitud tenían en su relación con el universo que les rodeaba. Particularmente en el caso de Mesopotamia, creo que su mentalidad, y por lo tanto su mitología, refleja de forma muy clara lo que debió ser la vida de los pueblos que habitaban dicha zona: los cuales se encontraban constantemente a merced de fuerzas naturales incontrolables y caprichosas, la constante lucha por el dominio del miedo y por la supervivencia, la precariedad de la propia vida humana y la constante presencia y angustia por la mortalidad del hombre, se ven traducidas en su mitología mostrándonos una mentalidad desde mi punto de vista bastante pesimista y catastrófica, abocada siempre al desastre, tras la cual se oculta sin embargo una voluntad constante del ser humano mesopotámico por someter a esa condición y dominar su propio destino en su propio espacio cósmico.

La religión de los antiguos mesopotámicos refleja todos los fenómenos naturales, ya que fueron muy buenos observadores de su lugar en su espacio natural, y del poder generador y destructor de la tierra. Enfocaron estos fenómenos en la figura de la diosa madre, de fuerza generadora y procreadora. La vida cósmica era interpretada a partir de la vida humana. Se dan dos tipos de dioses, los Anunnaki, dioses del cielo y la tierra, y los Igigi, dioses de los infiernos. Cuando las ciudades se consolidaron, cada una de ellas tenía sus dioses protectores. Algunas de esas deidades con el paso del tiempo fueron olvidadas, y otras lograron mayor importancia según aumentaba el poder político de las ciudades donde eran veneradas. En el breve recorrido histórico que me gustaría analizar, tengo la intención de contextualizar y tener una aproximación de conjunto sobre las civilizaciones que durante milenios se rotaron el espacio geográfico de la región mesopotámica. Con estos precedentes se hace posible en la sesión central explorar el escenario religioso, con el propósito de transparentar las relaciones e implicaciones entre teogonía, antropogonía, vida cotidiana, devenir histórico, espacio geográfico, planteamientos del espacio urbanístico de las ciudades y su arquitectura que nos llevará a desvelar la cosmogonía en Mesopotamia. Aunque tener respuestas para ello nos abarcaría un trabajo demasiado extenso, por ello tan sólo planteare la problemática a manera de interrogantes, con el objeto de tener un horizonte hacia el cual avanzar en el proceso decantador del problema. ¿Por ello nos podríamos preguntar en que sentido la teogonía y la cosmogonía contenidas en la tradición mítica podría convertirse en el umbral de entrada en la tarea propuesta de determinar el origen de Mesopotamia? ¿Y como afectaría ello al espacio urbanístico y arquitectónico mesopotámico? ¿En la concepción del universo en Mesopotamia puede haber un cierto arquetipo fundante en el escenario geográfico? ¿La figura del antropoformismo de los dioses podría contener pistas interpretativas conducentes a entender y explicitar la peculiaridad en la concepción del origen del universo y del espacio mesopotámico? Este conjunto de preguntas solo pretenden orientar la tematización sobre la discusión en dirección al problema, pero debe quedar claro lo siguiente: aunque lo religioso es revelador, no quiere decir que se deba subestimar los otros componentes que entretejen la cultura mesopotámica. En ninguna cultura, ya sea antigua o contemporánea aparecen por separado los diferentes elementos que la conforman, por lo menos nos podrían permitir cierto abordaje fraccionado porque hay conceptualizaciones independientes entorno a algún espacio de la realidad.

En Mesopotamia, ni siquiera desde un contexto pedagógico se podría separar, por ejemplo, lo religioso de los demás articuladores de la cultura. En Mesopotamia conviven simbioticamente lo natural y lo sobrenatural, lo sagrado y lo profano, la inmanencia y la trascendencia, lo divino y lo humano, el bien y el mal, la vida y la muerte. Por ello, antes de empezar, tendríamos que tener en cuenta un aspecto, en relación a alguna de las cuestiones arriba detalladas sobre el espacio cósmico, esto es que al hablar de Mesopotamia estamos haciendo referencia a un espacio geográfico y no necesariamente cultural, pues podríamos entender que la realidad de Mesopotamia es la realidad de varios pueblos: los sumerios y los acadios , en el cual podríamos englobar las poblaciones acadias, babilonias, casetas y asirias, esta diversidad cultural unida al hecho de que nos referimos a un período de tiempo muy dilatado (estamos hablando de un período de más de 3.000 años) nos provocaría ciertas confusiones en cuanto a los dioses que modifican sus parentescos y posición muy a menudo en las fuentes, siendo adoptados unos dioses y relegados otros, al tiempo que otros son asimilados y fundidos en uno solo. Precisamente por la autonomía y homogeneidad de la zona, éstos y otros pueblos que también se asoman a la región (típicos del II milenio son los llamados pueblos de las montañas, y entre ellos sobre todo están los huritas) que acaban de converger en una cultura sustancialmente unitaria, cuyas bases se colocaron entre el IV y V milenio a.C, por los primeros creadores de alta cultura, los sumerios. Mientras que los acadios que aparecen en Mesopotamia en el III milenio a.C., y se instalan allí en el II y I; son en gran parte podríamos decir los continuadores de la cultura sumeria y de su manera de concebir la existencia en su espacio vital, religioso y arquitectónico. Pero hay que matizar que un arco cronológico tan amplio impone algunas consideraciones sobre su evolución. El comienzo, como ya hemos observado se sitúa por lo menos en el IV milenio. El final creo que podríamos situarlo en el 585 a.C. cuando los persas ocupan Babilonia; o en el 331, cuando la conquista de Alejandro Magno. Con ello, creo que nos tendríamos que preguntar si ¿Podría concebirse de que en tan amplio desarrollo cronológico, en el cual intervienen sucesivos y múltiples componentes étnicos, permita un discurso a través de caracteres esenciales, de “reconocimiento”, que sea valido para cada frase? Se puede decir que sí, pensando que un templo o una estatua o un simple sello mesopotámico pueden distinguirse siempre al compararlos con la producción de otros pueblos cercanos en el tiempo y el espacio, como los egipcios, los persas o los griegos. A todo ello, habría que matizar que la ciudad sumeria en Mesopotamia conoció un fuerte desarrollo. En un principio, las ciudades sumerias fueron concebidas como una organización básicamente teocrática, siendo el eje central de la ciudad, el templo en el que radicaba el poder en una especie de sumo sacerdote conocido como “en” Así toda la economía de la ciudad estaba sometida al templo, que controlaba la producción, la administración y a los trabajadores de la ciudad.

En un principio, la economía de las ciudades sumerias radicaba en una producción de autoconsumo o de subsistencia. Posteriormente y fruto de la aparición de excedentes, se produjo un mayor desarrollo del urbanismo y una mayor complejidad en la organización social de los individuos que conformaban la comunidad urbana. Sabemos que las ciudades en Mesopotamia estaban amuralladas, algo que demuestra la arqueología y los textos. También sabemos que si bien en un principio el eje central de la ciudad era el templo, poco a poco se produjo una bipolarización de este poder central siendo el templo y el palacio los focos principales del poder en la ciudad, gozando ambas instituciones de una gran autonomía. El concepto de arte por el arte, no existe en la antigua Mesopotamia, donde la producción artística nace y se desarrolla al servicio de la sociedad o mejor de quien la gobierna, quiere ser la expresión del poder y (ya que toda la vida de Oriente se inspira en la religiosidad) de la fe. Por lo tanto, por su naturaleza, una arte de este género es anónima. Como tal la adecuación a los modelos existentes y al conservadurismo caracterizan todo el curso de una producción que es pública y no privada, colectiva y no individual, con una finalidad y no con un concepto independiente. Pero también es verdad que el culto de las formas tradicionales, con los fenómenos de supervivencia y arcaísmo, junto con el componente religioso y hasta mágico de los modelos, confiere a estos últimos una función esencial. Sería un error creer que, como en el caso de otras civilizaciones, esto sirve sobre todo para las artes figurativas. Antes bien, la tipología arquitectónica y urbanística en su espacio vital geográfico, es decir, el conjunto de modelos (casa, templo, palacio etc.) del cual dependen las obras completas, constituye un adecuado Paralelo de la Tipología escultórica, de tal manera que las formas de tipo de los edificios tienen valor de modelos no menos que las estatuarias. En tales fines se pueden reconocer las condiciones necesarias para entender la articulación de la tipología arquitectónica mesopotámica en su espacio geográfico. Así, en el culto de los dioses encontramos la premisa natural del templo, en la expresión del poder real de palacio. Aunque podría decir que, ni ciertas carencias están desde mi punto de vista privadas de significado: por ejemplo, faltan los edificios para espectáculos y deportes, ya que estas actividades van unidas ambas a la vida del palacio y del templo, sin asumir autonomía propia.

Como se ha dicho, la actividad fundamental de las gentes mesopotámicas es la construcción de templos en honor a los dioses. Ya antes de los sumerios y después de ellos a través de la documentación no sólo antropológica, sino también literaria, nos parecería clara y dinámica del pensamiento mesopotámico: en el ámbito de la ciudad-estado del sistema político con el que los sumerios se asoman a la historia, cada centro tiene su dios, cada dios tiene su soberano que lo representa en la tierra; y es deber primero del soberano erigir lugar de culto, para que el dios pueda complacerse y asegurar como contrapartida el gran recurso necesario para la vida de la región, esto es: el agua fecundadora de los campos. Aunque hay que matizar que en el área mesopotámica, y particularmente en el sur, se construye desde la prehistoria con ladrillos de arcilla, modelados y secados al sol. Se superponen de una forma tan compacta y maciza, que el muro raramente aparece interrumpido por ventanas, las cuales se comprometerían su solidez. Faltaría la columna: o por lo menos no existe la columna como función portante, sino a veces con función ornamental. Las paredes se articulan con frecuencia en entrantes y salientes, que mitigan la uniformidad pero no la solidez. La luz se obtiene mediante aberturas en el techo. Las puertas de acceso tienen amplias dimensiones y constituyen la única interrupción efectiva de la continuidad de las paredes. Desde el punto de vista de la planta, el templo mesopotámico aparece inicialmente como único espacio rectangular, que tiene el altar en uno de los lados cortos y la mesa de las ofrendas delante de él. La entrada se encuentra a menudo en uno de los lados mayores, o en ambos en la parte opuesta a la del altar. En la siguiente evolución del santuario, al espacio único se añaden otros y aparece el uso del patio, generalmente en el lado más ancho de la estancia sagrada. Esta obra arquitectónica la completaría el cinturón de murallas y de esta manera quedaba separado del resto del área ciudadana, constituyendo un temenos (área sagrada). El concepto de área sagrada prevalece sobre el lugar sagrado; y existen temenos con más de un templo, además de con más de un palacio de soberanos porque, como veremos, el edificio profano se integra muy pronto con el sagrado.

El templo significaba para los mesopotámicos el reflejo físico de la importancia de la divinidad. Representaba la idea sumeria de que cada ciudad estaba construida para ser sede de un dios, que se considera el dios patrón de la ciudad. Cada templo tenía su propia vida social y económica. El acceso a estos templos estaba restringido y sólo podían acceder a él los integrantes de la clase real y los sacerdotes por lo que las clases populares no podían acceder al mismo. Aunque como veremos en la arquitectura mesopotámica, la terraza de base es el punto de partida de un ulterior tipo de edificio sagrado, que será el más característico de toda la civilización mesopotámica: el zigurat (o ziggurat) o torre del templo, construido por una serie de terrazas superpuestas de dimensiones decrecientes hacia arriba, con un santuario hacia el vértice. Un sistema de escaleras en los lados permite la ascensión piso por piso, hasta la cima. Inmediatamente surge el recuerdo de un típico monumento egipcio, la pirámide escalonada, que aparece más o menos al mismo tiempo: y es difícil que no haya existido influencia entre un tipo y otro. El palacio podríamos afirmar que se convirtió en la primera construcción pública, y originalmente concentraba todas las actividades urbanas. Sólo más tarde surge el palacio, momento en que el rey sale del templo y el sacerdote permanece en él. Formaba junto con el palacio, el único centro político, económico y cultural, aunque se dieron periodos durante la época sumeria en los que se dieron bifurcaciones entre palacio y templo, como durante la reforma de Hammurabi para limitar las atribuciones del sacerdocio en el ámbito del templo y el culto. Así pues, el templo no era sólo un lugar de culto en el sentido estricto de la palabra, sino que el poder y la administración de la justicia le pertenecían como parte de su función urbana y cósmica.

Hasta aquí podemos afirmar que en la cosmovisión sumeria tanto el cosmos como el hombre participaban de la sustancia divina, por lo que primaba una teología y una antropología positivas, optimistas si se quiere. Sin embargo, es problemático establecer en qué sentido y manera tanto más que el destino de los dos monumentos es distinto, ya que el zigurat permanece y se perfecciona en el tiempo; mientras que la pirámide escalonada desaparece para dejar paso a la de paredes lisas. También podríamos matizar que la función primordial de los zigurats fuera constituirse en símbolo y motivo principal de sucesivos planes urbanísticos desarrollados por las distintas ciudades sumerias, enmascarados bajo la fachada de eventos de carácter cultural que tendrían el propósito de establecer lazos de hermandad entre los pueblos, y cuya principal manifestación sería, a su vez, la realización de sacrificios humanos de carácter masivo. Por ello, tenemos que ser conscientes que el alto grado de desarrollo que se consiguió en las ciudades sumerias convirtió a Mesopotamia en el centro del mundo civilizado durante milenios, pero con ello también provocó la hostilidad de otros pueblos que buscaban expandirse a costa de los sumerios. No obstante, particular interés adquiere la presencia de grandes palacios de uno o más santuarios (que podría llamarles como simples capillas): evidentemente, tenemos que evidenciar que la integración entre edificio civil y edificio religioso o sagrado continúa y se desarrolla desde épocas antiguas, con un cambio de importancia que enfatiza el carácter civil.

La arquitectura funeraria por otra parte, tan esencial en otras religiones, no obstante, en muchos pueblos vecinos presenta un desarrollo mucho menor que en Mesopotamia. Las tumbas están construidas por cámaras subterráneas abovedadas, en ladrillo, a la que se accede por un amplio foso de paredes en declive, que penetra en el terreno con ligera pendiente. Más importante arquitectónicamente desde un punto de vista urbanístico, lo encontraríamos en la urbe de Ur, en la necrópolis de la III dinastía (finales del II milenio). A nivel del suelo sobre estas tumbas (igualmente subterráneas y abovedadas) se eleva una construcción que tiene un aspecto de edificios con patios: podría tratarse del lugar donde se veneraban los difuntos, o en cambio puede ser una residencia en vida. Es necesario recordar la situación religiosa que es la razón del escaso desarrollo de la arquitectura funeraria. A diferencia de otros pueblos de la antigüedad (concretamente los egipcios), los mesopotámicos tuvieron una fe muy débil y vaga en la fe ultraterrena. Que dicha fe no faltaba, nos lo revelan en algunos textos que hablan de personajes de regreso de la morada de tristeza y dolor en el más allá, o de visitas a tales personajes; pero se trata de hechos limitados y, sobre todo, a nivel de superstición popular o de la mitología que evoca tiempos remotos.

También sería necesario observar, para concluir, que la arquitectura mesopotámica en su espacio urbanístico, estaría muy definida y sería predominante en todo el valle de los dos ríos, el cual también registraría no obstante, algunas irradiaciones más allá de sus fronteras. En todo caso, reconocer una obra de arquitectura mesopotámica siempre es posible y a menudo nos resultaría bastante simple. Toda una serie de características muy evidentes constituyen el armazón de la identificación y a su vez su garantía: tales características se refieren al arte que surgió o se irradió de Mesopotamia, y que no se verifican en otros lugares, ni siquiera en alguno de los mundos geográficamente vecinos, como sería un templo en planta central con un patio a cuyo alrededor se recogen las diferentes habitaciones, con la cámara sagrada señalada o el altar en el lado corto y por la mesa de las ofrendas delante de dicho altar, es sólo mesopotámico. Así pues, Enki una de las divinidades mesopotámicas, “señor de las tierras”, crea al hombre, lo salva, lo habilita en el primer espacio urbano ideal para la vida y es el que finalmente enseña a los hombres el arma definitiva para poder protegerse de los actos del cielo y de las divinidades: les enseña las técnicas constructivas que permiten delimitar un territorio, organizarlo, estructurarlo, protegerse y crear una morada, un techo, un cobijo para esconderse ocasionalmente. La arquitectura en Sumeria fue el arte fundamental, la condición misma del espacio habitado, y es el arma que Enki entrega a los hombres para protegerse. Por tanto los espacios construidos o habitados no son descritos negativamente sino al contrario, con los mismos términos con los que la Biblia describe al paraíso, donde los hombres pueden vivir en armonía. Por tanto la cultura sumeria es la primera de la historia en la que sin ciudades la vida no podría existir en la tierra. Por lo tanto con la síntesis realizada hasta ahora podemos observar un aspecto fundamental que define la actitud del hombre mesopotámico en su espacio geográfico, ubicado hacia el mundo que le rodea. Como podemos ver es una situación de inferioridad y sumisión con respecto a las fuerzas de la naturaleza, representadas por los dioses. Con este panorama de fondo no es de extrañar que lo que el hombre mesopotámico anhele con toda su energía sea la pervivencia, la inmunidad a estas fuerzas hostiles y por lo tanto la tranquilidad y satisfacción de espíritu, en otras palabras: La inmortalidad.

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