Por “indoeruropeos” creo que debemos entender a todos los países y culturas que hablan lenguas indoeuropeas. Todas las lenguas europeas, excepto las ugrofinesas y el vascuence, son indoeuropeas. También la mayor parte de las lenguas indicas e iraníes pertenecen a la familia lingüística indoeuropea. Hace unos 4.000 años los indoeuropeos primitivos habitaron las regiones alrededor del Mar Negro y del Mar Caspio. Tenemos que tener en cuenta, que bien pronto se inició una migración de tribus indoeuropeas hacia el sureste, en dirección a Irán y la India; hacia el suroeste, en dirección a Grecia, Italia y España; hacia el oeste a través de Centro Europa hasta Inglaterra y Francia; en dirección noroeste hacia el norte de Europa y luego hacia la Europa del Este, en dirección a Rusia. Pero también es importante matizar que, desde hace siglos la gente culta sabía que el latín y el griego eran lenguas emparentadas entre sí, y con ello seguían la opinión ya corriente en la época clásica; la leyenda y la superioridad literaria del griego hacían, además, de éste el padre de aquél. Pero hace doscientos años aproximadamente, la familia se amplio, en forma de gran fraternidad, al incluirse también en las lenguas germánicas el sánscrito. Fue el origen de la lingüística comparada y de la lingüística histórica. Nuevos campos que enriquecieron los estudios filológicos. La búsqueda de ese idioma ancestral no sólo era un asunto gramatical, sino que obligaba a preguntarse por los hombres que lo utilizaban y su lugar de origen. Así, la filología ofreció un nuevo tema a la historia, en este caso a la arqueología. Ya no se trata solamente de una lengua, sino también de un pueblo.
En los lugares donde llegaron los indoeuropeos, se mezclaron con las culturas pre-indoeuropeas, pero la religión y la lengua indoeuropeas jugarían un papel predominante a lo largo de la historia europea. Esto vendría a decirnos que tanto los escritos Vedas de la India, como la filosofía griega y la mitología de Snorri se escribieron en lenguas que estaban emparentadas. Pero hay que matizar que estas lenguas emparentadas, en la mayoría de los casos también suelen implicar “pensamientos emparentados”, razón por la cual tendríamos que hablar de una civilización indoeuropea. Por ello, la cultura de los indoeuropeos se caracterizaba ante todo por su fe en múltiples dioses. A esto le llamaremos Politeísmo. Tanto los nombres de los dioses como otras muchas palabras y expresiones religiosas se repiten en toda la región indoeuropea. También debería constatar que algunos mitos muestran cierto parecido en toda la región indoeuropea. Cuando Snorri habla de los dioses nórdicos, algunos de dichos mitos recuerdan a los mitos hindúes relatados 2.000 o 3.000 años antes.
Es evidente que los mitos de Snorri tienen rasgos de naturaleza nórdica, así como los hindúes tienen rasgos de naturaleza hindú. No obstante, creó que muchos mitos tienen una esencia que debe proceder de un origen común. Una esencia de este tipo se aprecia sobre todo en los mitos sobre bebidas que hacen al hombre inmortal, y en los que tratan sobre los dioses contra un monstruo del caos. También podría ser en la manera de pensar, en la cual vemos muchas semejanzas entre las culturas indoeuropeas. Un típico rasgo común es el concebir el mundo como un drama entre las fuerzas del bien y las fuerzas del mal. Por esa razón los indoeuropeos han tenido una fuerte tendencia a querer prever el destino del mundo. Pero debemos constatar que todos los pueblos tienen mitos. Con ello, los mitos construyen pueblos. Los mitos estructuran mentalidades: dan a los pueblos cohesión cultural y les disponen para la conquista de su futuro. Pero cuando los mitos desaparecen, los pueblos mueren espiritualmente. Hoy en día Europa ha perdido sus mitos. ¿Podrá encontrar así su futuro? Sólo podrá encontrarlo si contempla su más antiguo pasado. Ese pasado no obstante, es por naturaleza indoeuropeo. Por tanto debo señalar que los indoeuropeos no son un mito: existieron. Pero en sus mitos también cabe encontrar el sustrato común que estructura las mentalidades europeas. Aunque podríamos afirmar que cuando se pierde el mito, la memoria se disuelve y la actitud ante el futuro se reduce a un mero esperar. Europa realmente ha olvidado sus mitos. Pero revitalizarlos exigiría poner en perspectiva el pasado. Ese pasado, para los pueblos de Europa, solo puede encontrarse en el origen fundador de su cultura: la gran matriz indoeuropea.
Pero desvelar esa matriz implica eliminar buen número de prejuicios de nuestros contemporáneos. Prejuicios contra el mito y perjuicios contra lo indoeuropeo. También tenemos que tener en cuenta que, el mismo concepto de unidad de los indoeuropeos, la posibilidad y legitimidad de atribuirles una identidad como pueblo a quienes sólo conocemos como hablantes de determinadas lenguas, la existencia misma de una religión común y con ello, a qué llamamos religión y a qué mitología y a cual de estos niveles deberíamos tratar de acceder. Esta idea inicial permanecería al menos como una hipótesis válida. Los problemas surgen cuando queremos precisar en qué ámbitos de las distintas facetas de actividad humana que integran la “cultura” de un pueblo es muy posible que encontremos rasgos de comunidad, y que metodología es la adecuada para detectar los rasgos comunes. Pero en el intento de atribuir a los indoeuropeos rasgos culturales comunes de ámbitos de cultura más inmaterial choca actualmente en amplios círculos de opinión con serias reticencias, a causa principalmente de la casi total imposibilidad de contar en estos ámbitos con la comunidad terminológica que se exige como requisito imprescindible para fundamentar cualquier conclusión. Pero en mi reflexión sobre el origen de Europa, el siguiente paso consistiría en comparar no ya datos concretos de la mitología, sino en tratar de acceder al mismo interior de la religión de los indoeuropeos, a la estructura ideológica, al sistema de organización. Por ello analizando los trabajos de Dumézil, me aparece la idea de que el núcleo de una mitología está constituido por una visión colectiva de la sociedad, y en el caso de las mitologías de los pueblos indoeuropeos esta visión parece haber sido la de una división tripartita de las funciones sociales, reflejadas naturalmente y fundadas en el mundo divino:
- Función: soberanía, religión (reyes y sacerdotes)
- Función: fuerza (guerreros)
- Función: bienestar humano y fecundidad (producción de bienes, alimentos, mujeres en su función sexual, medicina)
En esta estructura ideológica o sistema de pensamiento básico de los pueblos indoeuropeos. Consiste en un ordenamiento intelectual sistemático relativo a los temas de la mayor importancia, los dioses, los atributos de la realeza, las modalidades matrimoniales, las virtudes o vicios de los guerreros y, en general, la ética colectiva de la sociedad. Las peculiaridades de este sistema se descubrieron y se exploraron en la actualidad aplicando el método comparativo. Éste consiste en el cotejo sistemático de las tradiciones de los pueblos conocidos históricamente como descendientes de los indoeuropeos y que, en muchos casos, revelan significativos rasgos comunes que reflejan la operatividad de la ideología trifuncional. Sistemáticamente consiste en la ordenación jerarquizada de tres grandes esferas de actividad mental y social llamadas “Funciones”: la primera es la de la Soberanía y le corresponde la dirección de la sociedad, se subdivide en un aspecto mágico y distante de los hombres y otro jurídico y próximo a los humanos; la segunda es la Función guerrera, de protección de la comunidad; la tercera es la Función productiva en sus múltiples facetas, desde la abundancia material de cosechas, ganados y bienes, hasta todo lo relacionado con la sexualidad y la reproducción de los humanos. Con ello, la pautada conjunción de estos tres grupos sociales asegura el mantenimiento y la mayor perdurabilidad de las sociedades indoeuropeas.
Los indoeuropeos definen el Orden Social a partir de la articulación funcionalmente tripartita de sus sociedades: cuando sacerdotes, guerreros y productores realizan estrictamente y ritualmente las tareas a ellos encomendadas, de esta manera la sociedad funciona de forma ajustada, se eliminan conflictos y es posible la reproducción colectiva. La ideología religiosa de las tres funciones –representación dominante de la Identidad Colectiva de los indoeuropeos– asegura simbólicamente la supervivencia colectiva de aquellas sociedades. Pero también a partir de la Prehistoria compartida, en los sucesivos procesos de migración y conquista, de expansión cultural, en definitiva, de los pueblos indoeuropeos, se ha conservado y transmitido una estructura mítica y religiosa que por doquier se impone y domina sus formas de pensamiento. Con reflexión, llegaríamos a la conclusión de que la representación dominante de la Identidad Colectiva de los pueblos indoeuropeos, primitivamente expresada en el discurso de la Teología Política, aparecerá después en toda otra suerte de manifestaciones literarias.
Así mismo la sociedad de las tres funciones es la sociedad más perfecta que les cabe imaginar a los pueblos indoeuropeos. Con esta concepción tripartita deberíamos reflexionar sobre el mundo de los indoeuropeos, en la cual se ve reflejada en la frecuencia de las tríadas divinas, en los planteamientos de las hazañas de sus héroes, en la organización de la sociedad o incluso más sutilmente en una noción subyacente general de cuál debería ser el Orden adecuado en muchos campos de la vida humana. Estas tres funciones forman un todo jerárquico, con lo cual cada una de las funciones implica las otras dos. Esta propuesta, que podría llamarla duméziliana no se agota en sí misma, sino que se propone como un entramado general para el estudio de las diferentes tradiciones religiosas y para detectar en relatos muy diversos la “indoeuropeidad” de cada uno de ellos. Con ello, creo pues, que la metodología duméziliana nos lleva, pues, a buscar huellas de la ideología tripartita de los indoeuropeos en la base de relatos y mitos escasamente coincidentes en temas y protagonistas. De esta manera, nos permitirá analizar de manera idéntica cosas diferentes, y por tanto compararlas. Un buen ejemplo de la productividad del método duméziliano puede ofrecerlo el análisis de relatos, formalmente alejados, que reflejan la tensión existente entre las tres funciones y el desastre que resulta de colocar la tercera función por delante de las otras dos, de la necesaria subordinación de la tercera función a las dos primeras, dado que en la tercera función se unen las fuerzas de doble cara. Por ello, la peor de las críticas a este método no es la validez del esquema tripartito en tal o cual tradición religiosa, sino su posible elevación a un sistema ideológico universal o casi universal. Realmente podría pensar que la explotación de las posibilidades abiertas por la teoría dumáziliana en el ámbito de la religión indoeuropea esta aún por completar.
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