La guerra no es más que una de las manifestaciones de la naturaleza conflictiva del hombre. Por siglos, fue considerada como un mero hecho que repugnaba cualquier intento de regulación jurídica. Sin embargo, en el medioevo se empezó a limitar el ejercicio del ius ad bellum2 (derecho de los Estados a hacer la guerra), con las llamadas treguas de Dios y sobre todo con la doctrina eclesiástica de la guerra justa. El 11 de septiembre de 2001 los Estados Unidos fueron, por primera vez, atacados en territorio continental; terroristas suicidas convirtieron aviones de pasajeros en misiles, destruyendo el “World Trade Center” y parte del Pentágono, símbolos del capitalismo y el poder militar estadounidense. En los días que siguieron a los ataques, las autoridades norteamericanas determinaron que los terroristas suicidas pertenecían a Al-Qaeda, organización terrorista conocida por operar desde Afganistán. El 4 de octubre de ese mismo año, el gobierno británico publicó evidencia que demostraba la existencia de vínculos entre Al-Qaeda y el Talibán, gobierno de facto afgano. En este caso Estados Unidos respondió a un ataque y a una amenaza, con lo cual sus acciones estarían encuadradas en la legítima defensa de un Estado por defender a sus ciudadanos y a su territorio de un ataque armado.
El artículo 51 de la Carta de las Naciones Unidas establece:
“Ninguna disposición de esta Carta menoscabará el derecho inmanente de legítima defensa, individual o colectiva, en caso de ataque armado contra un Miembro de las Naciones Unidas, hasta tanto que el Consejo de Seguridad haya tomado las medidas necesarias para mantener la paz y seguridad internacionales: las medidas tomadas por los miembros en ejercicio del derecho de legítima defensa serán comunicadas inmediatamente al Consejo de Seguridad y no afectarán en manera alguna la autoridad y responsabilidad del Consejo de Seguridad conforme a la presente carta para ejercer en cualquier momento la acción que estime necesaria a fin de restablecer la paz y la seguridad internacionales”
Diferente al Pacto de la Sociedad de Naciones y al Pacto Kellogg-Briand, la Carta de la Organización de las Naciones Unidas consagra expresamente el derecho de legítima defensa que reside en cabeza de los Estados. Se produjo así la cristalización del derecho consuetudinario como manera de articular el derecho de legítima defensa al sistema de seguridad colectiva. La doctrina ius-internacionalista ha sostenido mayoritariamente, que los Estados sólo pueden obrar en legítima defensa frente a ataques armados; no es justificable que un Estado responda mediante la fuerza a una simple amenaza o que lo haga motivado por meras sospechas de un posible ataque. Esta doctrina fue formulada por el Secretario de Estado de los Estados Unidos, Daniel Webster como respuesta al caso Caroline. El Caroline era un buque norteamericano que prestaba ayuda a los rebeldes canadienses contra Gran Bretaña. El 30 de diciembre de 1837 el buque fue hundido por los británicos, lo que ocasionó una respuesta diplomática del Secretario de Estado de los Estados Unidos, Daniel Webster. Según Webster, “para que el recurso a la legítima defensa fuera admisible, el país afectado debía mostrar una necesidad de legítima defensa instantánea, irresistible, que no permitiera la opción de otros medios y no dejara momento alguno de deliberación”. Así, la legítima defensa sólo se justifica como respuesta a un ataque armado, consumado o que esté a punto de llevarse a cabo. Sin embargo, tampoco se puede establecer con objetividad absoluta cuando se entiende llevado a cabo el ataque armado, de hecho, el sentido común sugiere que no es necesario esperar a sufrir las consecuencias nefastas de una acción militar enemiga para responder en legítima defensa, con que exista certidumbre de que se recibirá un ataque armado es suficiente para que la acción militar se encuentre debidamente justificada. Por ejemplo, los Estados Unidos no habrían tenido que esperar a ser atacados por los japoneses en Pearl Harbor; si hubieran tenido conocimiento de que el ataque se iba a realizar, hubiera sido totalmente justificable que la fuerza aérea estadounidense interceptara y destruyera en su trayecto a los japoneses. Con esto queremos decir que, si bien la doctrina internacional y el mismo artículo 51 de la Carta exigen que la legítima defensa sea respuesta a un ataque armado, no se puede llegar al extremo inaceptable de sostener que es necesaria la consumación del ataque, basta con la certeza incuestionable de que se realizará. La Política exterior estadounidense para el nuevo siglo XXI está basada en la Doctrina Bush. Aunque no fue publicada hasta el 2002, la construcción de la nueva doctrina de dio de inmediato. Cada discurso diseñaba la nueva redacción de la política exterior. Tras el atentado terrorista a las Torres Gemelas de Nueva York y Pentágono, el 14 de septiembre del 2001, el Presidente Bush iniciaría la contextualización filosófica dirigida al diseño de su política exterior. Los primeros enfoques se establecían así: “Just three days removed from these events, Americans do not yet have the distance of history, but tour responsibility to history is already clear: to answer these attacks and rid the world of evil” bajo este discurso Estados Unidos estaba adjudicándose nuevamente su papel de salvador y protector del mundo, pues para el gobierno de Washington, la responsabilidad estadunidense recaía en eliminar el mal de la faz de la tierra. El primer paso estaba dado por parte de la administración Bush. Estados Unidos tomaba el mando para atacar al terrorismo yihadista. El 20 de septiembre el Presidente Bush iría entrelazando nuevos conceptos. Sus discursos estaban enfocados a sus ciudadanos y a la comunidad internacional, primeramente se identifica a los responsables de los ataques terroristas. Estos eran el grupo terrorista Al-Qeada y Osama bin Laden como su líder. Bush declararía que el nuevo enemigo estadounidense sería el terrorismo. Esta lucha decía Bush: “Will not end until every terrorist group of global reach has been found, stopped and defeated” El segundo paso había sido dado, pero en este caso no solo se identificaba al enemigo, sino que también se le daba un alcance de búsqueda por todo el mundo. Además de esclarecer su compromiso para combatir al terrorismo global, allí donde se encontrara, Bush hizo hincapié en la tradición del discurso liberal, declarando públicamente su compromiso, a través de la nueva guerra, para defender la libertad y la seguridad nacional e internacional. A todo ello, habría que añadirle las intenciones hegemónicas, en su discurso de esperanza para el pueblo estadounidense, Bush reafirmará el objetivo primordial que encabeza la nueva doctrina de política exterior, es decir, la lucha contra el terrorismo. Y, no solo eso, además el Presidente Bush aludió en otro discurso: “We must take the battle to the enemy, disrupt his plans, and confront the worst threats before they emerge. In the world we have entered, the only path to safety is the path of action. And tis nation will act”
Este planteamiento de “acción liderará en la Doctrina Bush al concepto de la guerra preventiva”. Más adelante se dejara claro uno de los recursos fundamentales para poder ejercer este nuevo tipo de guerra y sobre cuáles serían los países en los que se llevaría a cabo para atacar el terrorismo global allí donde se encontrase y representara una amenaza para los Estados Unidos. El llamado tercer paso en la Doctrina presidencial ante el ataque terrorista había sido dado. Se había declarado la guerra al enemigo de la libertad: el terrorismo yihadista. Más adelante, incluyó elementos adicionales, como la polémica política de guerra preventiva, que sostenía que los Estados Unidos debían deponer regímenes extranjeros que representan una supuesta amenaza para la seguridad de los Estados Unidos, incluso si esa amenaza no era inmediata (utilizado para justificar la invasión de Iraq). Así mismo, incluía una política para implementar el concepto estadounidense de democracia en todo el mundo; globalizar el mismo, abogando al nacionalismo estadounidense para justificarse ante sus connacionales, expandiendo así a través de sus tanques de pensamiento, el sistema dominante o pensamiento unilateral a algunos de los Estados que más dificultades le habían presentado para lograr sus objetivos de aprovisionamiento de combustibles fósiles, especialmente en el Oriente Medio, bajo el supuesto de que se trataba de una estrategia para combatir la extensión del terrorismo, cuando, aun, no existe un concepto oficial del mismo. Lo que se pretende realmente es consolidar gobiernos en todo el mundo; acordes, a su visión de mundo; acorde a los intereses estadounidenses, esto significa la implantación de la fuerza militar tanto de Estados Unidos, como la de otros países históricamente afines a los intereses norteamericanos (normalmente Estados sumidos por esa razón en el subdesarrollo), las decisiones de estas intervenciones militares son muchas veces tomadas de forma unilateral sin importar la oposición de los demás miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU.
Algunas de estas políticas fueron codificadas en el texto del Consejo de Seguridad Nacional titulado «La estrategia de seguridad nacional de los Estados Unidos», publicado el 20 de septiembre de 2002. Esto representó un cambio dramático de las políticas de la guerra fría de los Estados Unidos de disuasión y de contención, (Doctrina Truman) y una salida de las filosofías post guerra fría tales como la Doctrina Powell y la Doctrina Clinton. Los elementos principales de la Doctrina Bush fueron delineados en un documento del Consejo de Seguridad Nacional, una estrategia de seguridad nacional de los Estados Unidos, publicados el 20 de septiembre de 2002, este documento se cita a menudo como la declaración definitiva de la doctrina. La estrategia de seguridad nacional fue actualizada en 2006. Federico Andreu Guzmán, director del Centro Internacional de Juristas, afirma que algunos elementos de la Doctrina Bush se asimilaron del Plan Cóndor aplicado en Sudamérica, tales como las rendiciones extraordinarias..
La respuesta del gobierno ante los sucesos de Nueva York y de Washington fue inmediata. El presidente George W. Bush prometió “cazar” y “sancionar a los terroristas” dondequiera que estuvieren y cualquiera que fuere el costo humano, económico y militar de la operación. Dispuso que, bajo su orden o la del Pentágono, pudiesen ser derribadas por aviones militares las naves aéreas comerciales que se apartaren de su rumbo y siguieren una dirección sospechosa. Puso a las fuerzas armadas estadounidenses en máxima alerta. Llamó a filas a 35.000 reservistas. Consiguió del Congreso federal una partida de 40.000 millones de dólares y la autorización para emplear “toda la fuerza necesaria y apropiada” contra los terroristas. Bajo el nombre de “operación justicia infinita” en código militar —que pocos días después se cambió por el de “operación libertad perdurable”, para no herir las susceptibilidades religiosas de los pueblos orientales—, movilizó un primer contingente de 40.000 soldados y parte de su flota marítima hacia el Mediterráneo, el golfo Pérsico y el océano Índico. En octubre de ese año comenzaron los bombardeos contra los edificios de gobierno, centros de decisión militar, cuarteles, depósitos de armas, instalaciones castrenses, emplazamientos de misiles tierra-aire y, en general, los lugares de concentración de los soldados talibanes en Afganistán. En la madrugada del 20 de marzo de 2003, formaciones de infantería y vehículos blindados norteamericanos cruzaron la frontera iraquí procedentes de Kuwait. Minutos después Bush informaba al pueblo norteamericano que había comenzado la invasión a Irak. Cuarenta misiles tomahawk destruyeron objetivos de la capital iraquí. Caza-bombarderos atacaron las ciudades de Mosul, Bagdad y Basora. La resistencia militar fue casi nula por las deplorables condiciones militares, económicas y morales de las fuerzas armadas iraquíes. Pocos días después el aeropuerto de Bagdad cayó en poder de los soldados norteamericanos, los tanques Bradley tomaron la ciudad y el gobierno de Hussein se derrumbó. Empezó entonces la ocupación militar de Irak, que se extendió por nueve años, en medio de una sangrienta guerra de guerrillas urbana. El 29 de enero de 2002, en su discurso sobre el estado de la Unión ante el Congreso federal, Bush mencionó dos objetivos de la política internacional norteamericana:
a) cerrar los campos terroristas, interrumpir sus planes y enjuiciar a sus miembros
b) prevenir la amenaza mundial del uso de armas químicas, biológicas y nucleares tanto por terroristas como por regímenes políticos.
Dijo que mientras ciertos Estados alberguen a terroristas y les permitan operar campos de entrenamiento “la libertad está en riesgo y nuestros aliados no deben y no pueden permitirlo”. Con esta proclama quedó claro que se abrió una lucha en varios frentes contra un enemigo elusivo, asistido de importantes y modernos recursos tecnológicos, y que los Estados Unidos no harían distinción entre los agentes terroristas y quienes les prestaren ayuda o les facilitaren refugio.