Antes de abordar lo que nos atañe en este primer ejercicio, en referencia a la muerte y sus connotaciones en el antiguo Egipto, me gustaría analizar brevemente la civilización egipcia, de esta manera podremos entender mejor su cultura. Hay que recordar que los comienzos de la civilización egipcia datan del año 7.000 a.C. aproximadamente, con la llegada de nómadas al río Nilo. Estos descubren una tierra ideal para la agricultura, por lo que deciden instalarse en ese lugar. En el año 3.500 a.C. pequeños pueblos de agricultores se unieron bajo un gobierno. Cada pueblo tenía sus propios jefes. Con el paso del tiempo veremos que ciertos jefes empezaron a adquirir cierto poder dentro de otros pueblos. Así, cientos de años después, los pueblos se unieron para crear, en el año 3.100 a.C., el gran imperio Egipcio, que duraría hasta el 30 a.C.
También veremos que los diferentes cambios en los campos político y económico a lo largo de todo este tiempo también debieron cambiar las posturas filosóficas y religiosas; sin embargo tenemos motivos suficientes para hablar de la religión egipcia como un todo en sí misma. Por ello, tenemos que tener constancia de que la religión ocupaba un lugar importante en la civilización faraónica. No obstante, se la podría considerar bajo dos aspectos: el culto divino propiamente dicho y la religión funeraria. El pueblo egipcio creía en diferentes dioses. Algunos de estos son el dios del Sol (Amon Ra), la diosa del Nilo (Osiris), y la diosa Madre (Isis), entre otros. Los egipcios creían que estos dioses los iban a proveer de alimentos y que estos mismos eran los que decidían acerca de la vida de las personas.
Los dioses iban con frecuencia asociados a ciudades particulares. Probablemente esto se remontaría al período prehistórico, cuando Egipto estaba formado por una serie de comunidades individuales. Cuando éstas se unieron para formar otras unidades políticas, sus divinidades locales fueron adquiriendo también gradual importancia a escala nacional. El dios Amón, por ejemplo, originario de la ciudad de Tebas, vino a ser una especie de dios nacional que protegió y guió a la nación durante el Nuevo Imperio, cuando Tebas era la sede central de la familia reinante. Tenían fe en la vida después de la muerte. Aquellos que se consideraban que habían hecho el bien a lo largo de su vida, podrían pasar a una vida más placentera después de su muerte. Debido a esta creencia se creó la momificación. Durante más de 3.000 años se práctico la momificación. Todo egipcio tenía la creencia de la vida después de la muerte, pero los faraones eran los que se preparaban más costosa y elaboradamente. Por ello, volviendo al tema principal que nos atañe, me gustaría matizar que los egipcios, no hay lugar a dudas, de que querían vivir eternamente. Para lograrlo creían que se tenía que conservar o momificar el cuerpo de la persona fallecida. Después enterraban la momia con complicados ritos y con un libro de conjuros mágicos para que les ayudara a realizar el viaje a través del peligroso mundo subterráneo.
Los egipcios creían que para alcanzar el paraíso, el fallecido tenía que viajar a través del Duat, conocido como el mundo subterráneo, poblado de monstruos y lagos ardientes. Pero para poder luchar contra ellos, la momia estaba armada con una colección de conjuros mágicos, escrito en el libro de los muertos. Pero deberíamos preguntarnos que ocurría después de ese famoso viaje que atraviesa el difunto? A esa pregunta quizá deberíamos aclarar que una vez que el corazón del difunto era declarado “justo” en el juicio de Osiris, el difunto ya renacido con su “ba” de regreso en su cuerpo (aunque hay que matizar que, tan sólo cuando regresaba la persona podía renacer) Luego pasaba a habitar una región del más allá conocida como “Los campos de Aaru, que era una especie de paraíso podríamos decir que era un lugar donde los egipcios creían que era como su tierra natal, salvo que las cosechas eran más abundantes. En ese lugar podían ser llamados a trabajar, por eso los más adinerados, incluían en sus entierros unas figurillas que se llamaban “sabthis”, “ushabthis” o “shauabthis” según la época y cuyo nombre vendría a significar “el que responde”, para que trabajaran para ellos.
No obstante, tenemos que pensar en como los antiguos egipcios concebían el más allá, como un reino situado el Este de Egipto, gobernado por el dios Osiris. Se trataba de una región paradisíaca a la que llamaban Aaru, como ya he comentado anteriormente. En esta región podían encontrarse campos eternamente fértiles, con abundante comida e ideal para diversas recreaciones de las que gustaban los egipcios, como la caza y la pesca. El siguiente paso del fallecido, era ser conducido por Anubis, dios de la momificación frente al tribunal presidido por Osiris. El juicio consistía pesar el corazón del juzgado con una pluma que simbolizaba la justicia, la verdad y la armonía cósmica como comparación. Si ambas cosas pesaban lo mismo le era permitido entrar en el Aaru. Si por el contrario el corazón pesaba más, significaba que habría sido malvado en la vida, entonces un dios monstruo conocido como Ammit, se comía el corazón y la persona dejaba de existir definitivamente. Los egipcios creían que había una relación física directa entre la vida en la tierra y la de ultratumba. Por eso era necesario momificar a los cuerpos para que las almas pudieran existir en el más allá. Si un cuerpo no era momificado, la persona sencillamente no podía existir en el más allá. Esta relación permitía que se pudieran llevar varias pertenencias al Aaru, por esa razón se solía enterrar a los muertos con muchas de sus pertenencias que habían tenido a lo largo de su vida, para que de esta manera pudieran disfrutarlas para toda la eternidad. En el caso de los Faraones, fue común en algunos períodos que se les enterraran juntos a los funcionarios de Estado junto a sus esposas para que pudieran seguir gobernando en la ultratumba.
Para las culturas anteriores, la muerte conduce a un mundo oscuro y triste, nada importa lo que hayas hecho durante la vida. Aunque nos tendríamos que preguntar muchas incógnitas referentes a ¿por qué convertir a la nación en un inmenso cementerio? o ¿Por qué la momificación del cadáver? Con ello quizá tendríamos que puntualizar que la momificación está basada en la leyenda de Osiris: “Seth descuartiza su cuerpo para impedir su resurrección (este hecho implica un conocimiento cultural anterior) y es Isis quien reúne los trozos y recompone el cuerpo, lo venda y le devuelve el hálito de vida en la que se considera como primera Ceremonia de Apertura de la Boca. Constatar que el rito de la “Apertura de la Boca” era consecuencia de esta creencia: conservando el cuerpo, se le devolvían por medio de la magia todas sus funciones vitales y, por tanto, había que seguir alimentándolo y procurándole todo cuanto le fuera preciso para su supervivencia, desde un punto de vista material. No obstante, me gustaría matizar como se realizaba el proceso de momificación, el cual se llevaba a cabo dos o tres días después de la muerte del individuo. El cuerpo era llevado a los embalsamadores, quienes trabajaban a orillas del Nilo, ya que se necesitaba agua en abundancia. Este trabajo era esencial para la mentalidad religiosa egipcia, estos sacerdotes no eran bien vistos por la población en general que los relacionaba directamente con la muerte. Una vez han desaparecido los signos de vida, los familiares entregan el cuerpo a los sacerdotes para su momificación. Aunque hubo algunos casos de mujeres muy atractivas físicamente, en los cuales se esperaba a que aparecieran los primeros síntomas de putrefacción, pues se dieron casos (perfectamente documentados) de necrofilia. O inclusive cuando en alguna casa moría algún hombre de cierta categoría, todas las mujeres se cubrían de barro la cabeza y la cara, y luego de dejar al fallecido en la vivienda, recorrían la ciudad junto con los parientes del difunto, golpeándose el corazón, llevando las faldas arremangadas y los pechos al descubierto.
Se colocaba al difunto encima de una mesa de piedra o de madera, e incluso de alabastro, cuyas patas y su decoración tomaban la forma del león. También se empleaban otras más pequeñas para depositar los órganos del difunto. A continuación se lavaba el cuerpo y se procedía a la extracción del cerebro. Posteriormente, se extraían los órganos internos: el estómago, los intestinos, los pulmones, y el hígado y a continuación se envolvían en un paño de lino y se introducían dentro de cuatro vasijas, las cuales estarían bajo la protección de cuatro dioses especiales, llamados “hijos de Horus” El corazón se dejaba dentro del cuerpo porque no debía separarse de su cuerpo, pues era el lugar donde residían los sentimientos, la conciencia y la vida. A continuación el cuerpo era cubierto con natrón, una sal que lo desecaba. Este tratamiento duraba entre 35 y 40 días, de forma que el cuerpo al estar totalmente deshidratado, ya no se descomponía. Más tarde se rellenaba utilizando lino o serrín procedentes del Nilo o incluso con especias. Después se cosía, y a veces, lo cerraban con lino o con una placa de cera, o inclusive tratándose de un rey, con una chapa de oro. Se lavaba con agua del Nilo y se ungía con bálsamos aromático. Y ya se podía vestir al difunto. Una vez realizados todos estos pasos anteriores, el cuerpo se envolvía en vendas de lino impregnadas a veces en resina, mediante un ritual muy estricto. Mientras se realizaba este proceso un sacerdote que portaba una máscara del dios Anubis recitaba las fórmulas de encantamiento correspondientes. Estas fórmulas eran las siguientes:
- “Te ponemos el perfume del Este, para hacer perfecto tu olor y poder seguir el olfato de Dios”
- “Te traemos los líquidos que vienen de Ra, para hacer perfecto tu olor en la Sala del Juicio Final”
Luego se empezaba por vendar los dedos uno por uno, las extremidades y por último el resto del cuerpo. Los brazos podían ponerse estirados a lo largo del cuerpo, o se cruzaban en el pecho en posición osiriaca. Se terminaba con la cabeza. Entre los vendajes se introducían amuletos y tiras de lino que recogían textos del Libro de los Muertos. Sobre el pecho se colocaba un escarabajo alado y las imágenes de los cuatro hijos de Horus, los dioses protectores de los órganos internos. La cabeza de la momia se cubría con una mascara pintada, y en el caso de las momias reales, la máscara funeraria podía ser de oro, como la que se encontró en la tumba de Tutankhamon. Finalmente la momia se introducía en uno o varios sarcófagos de madera o de piedra que se encajaban los unos con los otros y se entregaban a la familia para comenzar con los ritos funerarios. Aunque también había varias formas de embalsamar al fallecido, para gente con dinero o para aquellos que quizá no podían gastar demasiado y se llevaban a cabo otros tratamientos, en el que los embalsamadores llenaban unas jeringas con aceite de cedro que inyectaban en el cuerpo, pero sin practicarle ninguna incisión ni tampoco se retiraban los intestinos, sino que lo introducían por el orificio anal que luego obstruían para evitar la salida del aceite. Después de esta manipulación permanecía el cuerpo en el natrón los días correspondientes, y al final de este período dejaban que se escurriera el aceite, el cual tenía la virtud de disolver el estómago y las entrañas y los arrastraba consigo. Cuando esto sucedía, se devolvía el cadáver a la familia y no se preocupaban de él. Luego había un método de tercera clase, al que recurrían los menos afortunados, que era el siguiente: Le limpiaban las tripas a fuerza de lavativas, lo adobaban con natrón durante los consabidos setenta días, lo secaban al sol y sin más requisitos se devolvía a la familia.
Por ello, para finalizar esta reflexión creo, que lo que diferenciaría a las momias egipcias de cualquiera otra, es que en Egipto, los cuerpos de los difuntos eran manipulados para que sus esencias espirituales quedasen por así decir “atadas” al cuerpo momificado. En realidad, era, en sentido inverso, el mismo principio mantenido por la religión hinduista que proclama que, con la cremación, se liberan las esencias que individualizan al ser para encarnar libremente en su estado superior. Los egipcios, al contrario, deseaban que dichas esencias quedaran eternamente fijadas al cuerpo, y por ello, lo conservaban. Desde este punto de vista, deberíamos considerar que las momias egipcias son la sede las fuerzas espirituales que siguen de una manera u otra atadas a cuerpos que vivieron hace miles de años, y que, según las creencias milenarias de Egipto, siguen vivos.
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