En este caso, sin embargo Washington no perseguiría la meta de extender la democracia ni la de proteger la soberanía nacional. En vez de ello, desarrolló una nueva definición, curiosamente limitada, del objetivo internacional de Estados Unidos. Se trataba simplemente de evitar la extensión del comunismo. Más que libertad o democracia o autonomía, o cualquier otra consigna del pasado “contención” se convirtió en el santo y seña de la política exterior norteamericana. Este nuevo objetivo apareció relativamente despacio. La última fase de la guerra de Europa vio roces entre Estados Unidos y la URSS a propósito de Rumania, Yugoslavia, Bulgaria, Austria y especialmente Polonia. Rossevelt y Stalin se pusieron de acuerdo en Yalta para la formación de un Gobierno polaco de coalición entre comunistas y no comunistas. Surgió la controversia acerca de si los no comunistas debían constituir más que un simulacro de representación. Dado que el punto de vista principal de los norteamericanos era que debía prepararse la pronta celebración de elecciones libres, Washington parecía defender tanto la democracia como la independencia. Mientras tanto, aparecieron nuevas disputas acerca de los esfuerzos del gobierno comunista yugoslavo, apoyado por el soviético, del mariscal Tito por apoderarse del territorio en torno de Trieste, donde la población era principalmente italiana. El Presidente Truman autorizó a las fuerzas norteamericanas y británicas a combatir si los guerrilleros de Tito invadían el territorio. Esto acabaría pareciendo un apoyo vigoroso a la independencia. Durante varios meses después tras el fin de la guerra europea, Estados Unidos parecía tenazmente comprometido con la defensa de aquellos principios en la Europa del Este. Washington no reconoció a Polonia hasta junio de 1945, cuando Stalin accedió a ampliar el gabinete polaco y reitero la promesa de unas futuras elecciones libres. En protesta contra la exclusión de los no comunistas de los altos cargos del gobierno, la Casa Blanca continuó negando el reconocimiento a los regímenes rumano y búlgaro instalados y apoyados por los soviéticos. En las conferencias de ministros extranjeros y otras reuniones, los representantes norteamericanos se quejaban con insistencia de que no se daba oportunidad a la democracia de forma adecuada en la Europa del Este. Los no comunistas continuaban siendo sistemáticamente excluidos del poder. Estados Unidos se lanzó a una abierta discusión con la Unión Soviéticas a propósito de Irán en 1946, donde permanecían las tropas soviéticas a pesar de las promesas de una pronta retirada y donde agentes rusos parecían estar fomentando un movimiento separatista comunista. Las relaciones entre los Estados Unidos y la URSS se volvieron cada vez más tensas. Pero las cuestiones que los separaban parecían al principio provenir del compromiso norteamericano con la democracia y la independencia, no de una hostilidad hacia la Unión Soviética como Estado ni hacia el comunismo como ideología.
Además cualquier apariencia de que Washington consideraba al Gobierno soviético o a su ideología como una fuerza hostil, quedaba al menos parcialmente desmentida por dos hechos:
1. Los funcionarios americanos estaban elaborando el llamado Plan Baruch, según el cual la URSS y Estados Unidos se asociarían en una agencia internacional para supervisar toda la información. La producción y el control de las armas nucleares.
2. El General Marshall, como representante personal del Presidente Truman, realizaría un intenso esfuerzo de mediación entre los chinos nacionalistas y los chinos comunistas con vistas a un gobierno de coalición.
Gradualmente, sin embargo, la política de Washington adopto una clara orientación antisoviética y anticomunista. En marzo de 1946, el Presidente Truman mostró su aprobación cuando el ex-primer ministro británico Winston Churchill aludió a un “telón de acero” en la Europa Oriental. En otoño, despidió a su secretario de comercio, Henry Wallace, porque manifestó en público su opinión de que el Departamento de Estado demostraba una excesiva desconfianza con respecto a la URSS. Casi en el mismo momento, el secretario de Estado James Byrnes, declaraba en Stuttgart que las potencias orientales tenían que adoptar una nueva política con respecto a la Alemania ocupada. Independientemente de los soviéticos, debían tomar medidas para restaurar la economía alemana, con la esperanza de contribuir a la recuperación de toda la Europa Occidental. A fines de 1946, las prolongadas negociaciones del Consejo de Ministros extranjeros pareció que lograban al fin algún progreso. Estados Unidos, la URSS y los demás aliados de la guerra acordaron tratados de paz con Italia, Bulgaria, Rumania, Hungría y Finlandia. Al principio de la primavera del año siguiente, sin embargo, el Presidente Truman se presentó ante el Congreso para proclamar la “Doctrina Truman” y pedir fondos para ayudar económica y militarmente a Grecia y Turquía a “mantener sus instituciones y su integridad nacional, contra movimientos agresivos que pretenden beneficiarse de sus regímenes totalitarios” Hasta entonces EEUU habían evitado un compromiso abierto con los asuntos griegos o turcos. En 1944, fuerzas británicas habían desembarcado en Grecia. Habían ayudado al Rey y a la oligarquía militar a instalarse en el poder. Entonces el tesoro británico proporcionó armas y dinero para sostener este régimen en una guerra civil contra los guerrilleros comunistas apoyados y asistidos por Bulgaria y Yugoslavia. Los comunistas griegos fueron ultimando desde finales de 1945 los preparativos para un levantamiento general, que finalmente tuvo lugar en mayo de 1946 desde las regiones montañosas de Macedonia y de Epiro. La efectividad de la guerrilla y su extensión al Peloponeso pusieron en evidencia la fragilidad del Ejército real y su total dependencia del apoyo de Gran Bretaña y Estados Unidos. Bajo la dirección de Markos Vafiadis, las fuerzas comunistas establecieron un gobierno revolucionario en la ciudad de Kónitsa, en la región de Epiro. La nueva perspectiva del conflicto, desde las coordenadas de la incipiente Guerra fría, convirtió a Grecia en una pieza clave en el equilibrio del Mediterráneo oriental y de los Balcanes. Gran Bretaña, tradicional defensora de la monarquía griega, intensificó sus contactos y sus demandas hacia Estados Unidos con la esperanza de que ese país asumiera el relevo de la ayuda británica. Un informe elaborado por una misión estadounidense enviada en enero de 1947 confirmó la gravedad de la situación y la creciente presión soviética para mejorar su influencia geopolítica, especialmente en el área de los estrechos del Bósforo y de los Dardanelos. Finalmente, Grecia se convirtió en uno de los primeros escenarios en los que se desplegó la llamada Doctrina Truman (la inicial política exterior del presidente estadounidense Harry S. Truman), mediante el envío de ayuda financiera, armamento y consejeros militares. Los combates se prolongaron a lo largo de 1948 y sólo la masiva ayuda económica y militar de Estados Unidos y las primeras fisuras en el bloque soviético, en concreto la ruptura entre el dirigente yugoslavo Tito y Stalin, que tendría inmediatas consecuencias en la unidad interna de los comunistas griegos y sus apoyos logísticos, despejaron el camino al triunfo monárquico.
En 1949, la ofensiva del Ejército real en Macedonia y luego en Epiro condujo al final de las hostilidades en octubre de ese año. Tras la victoria de las tropas del rey Pablo I, que en 1947 había sucedido a su hermano Jorge II, Grecia se alineó definitivamente con Estados Unidos e ingresó poco después en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
Durante el transcurso del conflicto griego, en las reuniones internacionales, los representantes soviéticos habían respondido a las quejas occidentales acerca de Polonia, Rumania y Bulgaria señalando las actividades británicas en Grecia. Mientras tanto, Moscú hacía presión sobre Ankara para la devolución de las zonas fronterizas anexionadas por Turquía durante la Guerra Civil rusa de 1918-1920, y para que los turcos aceptaran el control soviético sobre el Mar Negro y los estrechos. Estados Unidos presto ayuda verbal a Turquía, aludiendo al principio de autonomía nacional, pero dejaron para los británicos el suministro de material. Con la Doctrina Truman y la aprobación del proyecto de ley de ayuda a Grecia y Turquía, Estados Unidos asumiría el papel de los británicos en el conflicto griego y turco. Así empezaron a proporcionar una asistencia a gran escala a dos estados que los funcionarios norteamericanos no podían calificar de democracias sin rumbo. En la crisis de Irán de 1946, también conocida como la Crisis de Irán y Azerbaiyán, siguió al final de la Segunda Guerra Mundial y se derivó de la negativa de la Unión Soviética a ceder territorio iraní ocupado durante la guerra, a pesar de las reiteradas garantías ofrecidas durante la ocupación. En 1941 Irán había sido invadido y ocupado por las potencias aliadas del ejército rojo soviético en el norte y por los británicos en el centro y sur de manera conjunta. Irán fue utilizado por los estadounidenses y los británicos como una ruta de transporte para proporcionar suministros vitales a los esfuerzos de guerra en la Unión Soviética. En agosto de 1941, los Estados Unidos era una nación neutral y no había entrado como beligerante en la Segunda Guerra Mundial. Por lo tanto, el bloque conocido como ‘Los Aliados fueron principalmente (con Polonia y Francia ocupada por Alemania en 1939 y 1940, respectivamente), el Reino Unido y la Unión Soviética, de reciente formación de la alianza después de la invasión alemana de los territorios de la Unión Soviética occidental en junio de 1941”. A raíz de la ocupación de Irán, las fuerzas aliadas acordaron retirarse de Irán dentro de los seis meses después del cese de las hostilidades. Sin embargo, cuando este plazo llegó a principios de 1946, los soviéticos, bajo Joseph Stalin, permanecieron en Irán y los iraníes pro-soviéticas locales proclamaron la separatista República Popular de Azerbaiyán. A finales de 1945, además de la República Popular de Azerbaiyán, la República de Mahabad también llegó a existir. Pronto, la alianza de los kurdos y las fuerzas armadas de Azerbaiyán, apoyados y formados por la Unión Soviética, se desencadenó en una batalla con las fuerzas iraníes, lo que resultó en un total de 2.000 víctimas. Negociación por el primer ministro iraní Ahmad Qavam y la presión diplomática sobre los soviéticos por los Estados Unidos finalmente llevó a la retirada soviética. La crisis es vista como uno de los primeros conflictos en la creciente guerra fría para el momento.
En junio de 1950, los norcoreanos iniciaron una invasión militar, Truman envió inmediatamente fuerzas norteamericanas. Después de algunos contratiempos iniciales los americanos y los surcoreanos resistieron a los del norte. La guerra fue el resultado de la división de Corea por un acuerdo de los victoriosos Aliados de la Segunda Guerra Mundial tras la conclusión de la Guerra del Pacífico al final de la Segunda Guerra Mundial. La península de Corea había permanecido ocupada por Japón desde 1910 hasta el final de la Segunda Guerra Mundial, pero tras la rendición el 15 de agosto de 1945 incondicional del Imperio del Japón, los estadounidenses dividieron la península por el Paralelo 38, el norte del cual quedó ocupado por tropas soviéticas y el sur por tropas estadounidenses. El fracaso de la celebración de elecciones libres en toda la península en 1948 acentuó la división entre ambas partes, y el norte estableció un gobierno comunista. El paralelo se convirtió todavía más en una frontera política entre ambas Coreas. Aunque las negociaciones para la reunificación continuaron en los meses anteriores a la guerra, la tensión se intensificó con escaramuzas transfronterizas e incursiones en el Paralelo 38. La escalada de tensión degeneró en una guerra abierta cuando Corea del Norte invadió Corea del Sur el 25 de junio de 1950, en lo que suponía el primer conflicto armado serio de la Guerra Fría. La Organización de las Naciones Unidas, y particularmente Estados Unidos, acudieron en ayuda de Corea del Sur para repeler la invasión. A pesar de ello, en sólo dos meses los defensores fueron empujados al Perímetro Pusan, un área pequeña en el extremo sur de la península, antes de que los norcoreanos fueran detenidos. Una rápida contraofensiva de las Naciones Unidas devolvió a los norcoreanos más allá del Paralelo 38, casi hasta el río Yalu, y entonces entró en el conflicto la República Popular China del lado del Norte. Los chinos lanzaron una ofensiva que forzó a las Naciones Unidas a volver al otro lado del Paralelo 38, para lo que Unión Soviética ayudó con material militar a los ejércitos chino y norcoreano. En 1953 la guerra cesó con un armisticio que restauró la frontera entre las Coreas cerca del Paralelo 38 y creó la Zona desmilitarizada de Corea, una franja de 4 km de anchura entre ambos países. Diversos rebrotes de lucha se siguen produciendo hasta la actualidad. Con las dos Coreas auspiciadas por potencias extranjeras, la guerra de Corea fue una guerra subsidiaria. Desde el punto de vista de la ciencia militar, combinó estrategias y tácticas de la Primera y la Segunda guerras mundiales: comenzó con una campaña móvil de rápidos ataques de infantería seguidos por incursiones de bombardeos aéreos, pero se convirtió en una guerra estática de trincheras desde julio de 1951. Después de dos años de lucha igualada, las dos partes acordaron un armisticio y de hecho la restauración del status quo anterior al conflicto. Mientras la lucha duraba en Corea, Estados Unidos llevaron a cabo una revitalización militar a larga escala, que poco tenía que ver con el conflicto de Corea. El programa de ayuda económica a Europa fue ampliamente transformado en un programa de ayuda militar. Divisiones y escuadrones aéreos y navales de Estados Unidos se trasladaron a Europa como elementos de una fuerza de la OTAN, todos ellos al mando de un jefe supremo norteamericano. Se hicieron planes para volver a armar a la Alemania Occidental e incorporarla a la OTAN. En otras partes del mundo también llegó ayuda económica y militar y, en algunos casos, pequeños contingentes de tropas estadounidenses. Y la principal justificación de estos gastos y los despliegues de fuerzas era la necesidad de evitar cualquier expansión del poder soviético, tanto físicamente en forma de conquista por parte del Ejército Rojo, como ideológicamente mediante la toma de un gobierno por parte de un Partido Comunista controlado por los soviéticos.