La entrada de los Estados Unidos en la Guerra de Vietnam 1965-1975
El 8 de marzo de 1965 los Marines desembarcan en Da Nang; son los primeros soldados de EEUU enviados a combatir. Han llegado para defender la democracia, pero se encuentran con una guerra que no tiene nada que ver en las que EEUU había combatido anteriormente. En aquella mañana del 8 de marzo, la base aérea estadounidense de Da Nang no parecía el lugar destinado a convertirse en uno de los tres aeropuertos con mayor tráfico del mundo. Ahí estaban los fortines dejados por los japoneses en 1945. También estaban los barracones que habían usado los franceses. Y había una sola pista de aterrizaje de 3.000 metros apuntando hacia las doradas playas del mar de la China Meridional. En sus aguas, 3.500 Marines de EEUU se preparaban para tomar la indefensa playa de una nación amiga con un pleno asalto frontal. Ese extraño acontecimiento constituyó el primer acto de la mayor tragedia de la historia militar de Estados Unidos. Hasta ese momento, Vietnam había sido el adormecido escenario de una novela de Graham Greene. Pero pronto se convertiría en un nombre que nadie podría olvidar jamás. Al otro lado del mundo, en la Casa Blanca, el Presidente Johnson había tomado esta decisión, tras varias semanas de dudas y deliberaciones.
Estados Unidos se deslizó gradualmente en la guerra de Vietnam como alguien que se hunde lenta pero inexorablemente en arenas movedizas. Para toda una generación la culpa de aquella guerra fue de Lyndon B. Johnson ¿Pero fue Johnson el verdadero responsable? El interés de EEUU en Vietnam era justificable: los predecesores de Johnson también tenían la convicción de que existía una amenaza comunista mundial y su obligación era enfrentarse a ésta por todos los medios. En Asia la amenaza presentaba una dimensión singular: China se convertía en un país comunista en 1949; Corea del Sur era invadida por los norcoreanos en 1950; durante el decenio de los cuarenta y los cincuenta, se habían producido rebeliones comunistas en Filipinas y Malasia y en 1954 el Vietminh, dominado por los comunistas, lograba derrotar a las fuerzas coloniales francesas en Vietnam, En 1960, el Presdiente John F. Kennedy juzgo que el sudeste asiático se encontraba gravemente amenazado y decidió incrementar la ayuda a Vietnam del Sur. Este compromiso fue el que heredó Lyndon B. Johnson en noviembre de 1963, cuando presto juramento como primer mandatario, apenas unas horas después del asesinato de Kennedy. En una de sus primeras declaraciones el nuevo presidente manifestó que no permitiría que Vietnam del Sur se convirtiera en otra China. Pero la incesante ayuda al corrompido régimen del presidente de Vietnam del Sur, Ngo Dinh Diem, sólo había contribuido a aumentar la corrupción, sin obtener ningún éxito militar. De esta forma, EEUU se vio íntimamente implicado en la política interna de Vietnam del Sur. Las Fuerzas Especiales de Estados Unidos destacadas en las Tierras Altas centrales se encontraron luchando contra el gobierno para proteger sus fuerzas montagnard. El día 2 de noviembre de 1963, un grupo de oficiales del Ejército de Vietnam del Sur (ARVN), con la autorización del embajador estadounidense, derrocaron y asesinaron a Diem. La estrategia perfilada en 1964 para la ejecución de operaciones clandestinas contra Vietnam del Norte, incluía acciones de espionaje y sabotaje, incursiones de bombardeo secretas en Laos y misiones navales en la costa vietnamita. En 1964, y en vista de que, a pesar de todos los desmentidos y las clásicas cortinas de humo, la implicación de EEUU en Vietnam era tan profunda, Johnson logró la carta blanca que le permitiera actuar sin restricciones en esta pequeña guerra en la sombra. Mientras tanto, los asesores militares ya actuaban, según las circunstancias, como combatientes.
El 6 de agosto de 1964, Johnson y sus consejeros obtuvieron los poderes que necesitaban, cuando el Congreso estadounidense aprobó la llamada Resolución del Golfo de Tonkín, que otorgaba al presidente el derecho a tomar “todas las medidas necesarias” para responder a los ataques contra las fuerzas de Estados Unidos. La decisión tenía su origen inmediato en los ataques norvietnamitas a los buques de la Armada estadounidense. El 2 de agosto de 1964, poco después de las 15.00, el destructor USS Maddox fue atacado por tres patrulleras cuando navegaba a tres millas de las costas de Vietnam del Norte, en el Golfo de Tonkín. Dos patrulleras lanzaron torpedos (que erraron el blanco) mientras que la tercera intentó dirigirse hacia el USS Maddox y fue destruida en el empeño, no se registró ninguna baja estadounidense. Johnson envió al portaviones USS Constellation a unirse al Ticonderoga en el Mar de la China Meridional, y estuvo de acuerdo en que el Maddox y el destructor C. Turner Joy retornasen al Golfo de Tonkín. Cuando los dos buques se acercaban a la costa, en la noche del 3 de agosto, estalló una violenta tormenta que ocasionó un comportamiento errático en los sonares. El comandante del Maddox, John J. Herrick, convencido de la inminencia de un ataque, solicitó cobertura aérea y nuevamente, los Crusader del Ticonderoga entraron en acción. A las 21.00 horas, más o menos, los destructores empezaron a zigzaguear violentamente, y a disparar en todas direcciones, informando de que estaban siendo atacados por una flotilla de patrulleras. Los operadores de los sonares detectaron hasta 22 torpedos y los artilleros reivindicaron haber hecho impacto en tres lanchas enemigas. Tan pronto como Johnson recibió los informes de este segundo incidente, decidió actuar de inmediato. Como represalia, ordeno ataques aéreos contra blancos a lo largo de la costa en el Norte y en un discurso televisado informó a los norteamericanos de su “positiva replica” a la agresión norvietnamita. Pero ¿fue la actitud de Johnson una respuesta lógica frente a una agresión o simplemente se trató de una cínica estratagema electoralista? Ningún experto cree que exista alguna clara evidencia de que haya existido en realidad un segundo ataque; el propio Johnson dijo: “Diablos, esos estúpidos marineros sólo estaban disparando contra peces voladores” Pero es obvio que había encontrado una vía para manipular a la opinión pública en su favor y escapar, además, de cualquier acusación de debilidad frente a la agresión comunista en la ya cercana contienda electoral. Su oponente el senador derechista Barry Goldwatter, se vio forzado a afirmar que aprobaba las acciones emprendidas por Johnson. De todos modos, cualesquiera que fuesen los motivos del presidente, la realidad era que EEUU había dado un paso decisivo en un camino peligroso. La verdad se convertiría en la primera víctima de una tragedia contemporánea.
Entre enero y diciembre de 1965 las fuerzas de Estados Unidos en Vietnam pasaron de 23.000 efectivos a un total de 184.300 soldados. El incremento se inició el 8 de marzo de 1965, cuando la 9º Brigada Expedicionaria de la Infantería de Marina (9MEB) desembarcó en Da Nang, seguida por el envío de infantes de marina a la I Zona Táctica de Cuerpo (ICTZ), en las provincias del Norte. Hacia el mes de agosto, la 9MEB se había ampliado hasta convertirse en la III Fuerza Anfibia de Marina, que estaba formada por 4 regimientos (3º, 4º, 7º y 9º), cada uno de los cuales tenía 3 batallones. En diciembre se formaban dos batallones de la 1ª de Marines. Pero se desplegaron solo las unidades del Cuerpo de Infantería de Marina. Entre el 19 y el 20 de abril tuvo lugar en Honolulu una reunión al más alto nivel entre el Secretario de Defensa de EEUU Robert McNamara y el General Westmoraland. Allí se aceptó la solicitud de Westmoraland de doblar la presencia de EEUU de 40.200 a 82.000. El 5 de mayo de 1965, la 173º Brigada Aerotransportada (“La Manada”) que era la fuerza de respuesta inmediata del Ejército de EEUU en el Pacífico Occidental, fue enviada desde Okinawa a Bien Hoa, en las afueras de Saigón. Su presencia como apoyo al Mando de Asistencia Militar en Vietnam (MACV) iba a ser solo temporal, ya que luego tenía que ser reemplazado por la 1ª Brigada de la 101º División Aerotransportada, pero cuando ésta llegó, a finales de julio, se decidió la permanencia de ambas. El 21 de septiembre, la 1ª División de Caballería Aeromóvil fue trasladada de Fort Benning a An Khe (IICTZ); en octubre, toda la 1ª División de Infantería (“La Gran uno Rojo”) fue asignada a la (IIICTZ) y, dos meses después, empezaron a llegar miembros de vanguardia de la 3ª Brigada de la 25º División de Infantería (“Rayo del Trópico”) Todos venían acompañados por un completo apoyo de servicios, incluyendo ingenieros, artillería, personal médico y sanitario y sin olvidarnos del apoyo aéreo. Pero las fuerzas estadounidenses no estaban solas. El 26 de mayo, 800 soldados australianos se embarcaron rumbo a Vietnam, y Nueva Zelanda anunciaba el envío de un batallón. Australia acabaría enviando más de 7.000 efectivos a Vietnam, Corea del Sur unos 50.000, Tailandia más de 11.000, Filipinas unos 2.061, Nueva Zelanda unos 600 y China envió apoyo militar a Corea del Norte con la llegada de 170.000 soldados.
En total más de 2,5 millones de soldados norteamericanos sirvieron en Vietnam; 536.000 en 1968, el año en que más tropas de EEUU habían sido desplazadas a las zonas de conflicto. En 1973 cuando Estados Unidos empezó la retirada militar en el país, las fuerzas de Vietnam del Sur sumaban todavía unos 700.000 efectivos mientras que las fuerzas comunistas de Vietnam del Norte eran de cerca de 1 millón de soldados aproximadamente, Más de 58.000 soldados norteamericanos murieron en la Guerra de Vietnam, y se calcula que más de 1.100.000 vietnamitas perecieron en el conflicto. Corea del Sur también sufrió importantes pérdidas, aproximadamente unas 4.0000. Como dato anecdótico debemos recordar que el tonelaje de las bombas lanzadas durante la Guerra de Vietnam fue el doble de la cantidad de bombas lanzadas por norteamericanos y británicos en la Segunda Guerra Mundial. Al reconstruir el escenario los historiadores se siguen haciendo la pregunta ¿el presidente Johnson arrastró a EEUU a la guerra de Vietnam o se vio arrastrado por sus consejeros? El primer punto de vista es defendido por Schell (1988, p.28), para quien Vietnam del Sur no quería la guerra, sino la reunificación. Fueron los temores estadounidenses quienes le llevaron a continuar un enfrentamiento hasta la derrota total. La otra línea de pensamiento la soportan autores como el ex consejero presidencial John Kenneth Galbraith para quien Johnson no deseaba inmiscuirse tanto en Vietnam, pero el peso de sus consejeros para que interviniese fue demasiado grande. Para Largo Alonso (2002, p.69) entre otros, Estados Unidos en general y su ejército en particular tuvieron buena parte de culpa. Pese al extraordinario esfuerzo realizado y a la sensación inicial de triunfo, Estados Unidos no comprendió del todo el tipo de guerra y el tipo de pueblo contra quien luchaba. Así aquel atacaba donde su enemigo podía encajar mejor los golpes, en las bajas humanas, mientras se desgastaba un poco más cada vez. Una línea de pensamiento similar la defendió Robert McNamara quien, pese a ser uno los primeros y más fervientes defensores de la intervención, comenzó a tener dudas en 1966 y a plantearse abiertamente la imposibilidad de ganar ya en 1967. Según él, la iniciativa de los combates la llevaban los comunistas; ellos podían elegir cuantas bajas sufrir y cuantas infligir a sus oponentes, de esta forma:
Mantendrán sus pérdidas a un nivel lo suficientemente bajo como para poder aguantar indefinidamente; pero lo suficientemente alto para tentarnos a aumentar nuestras fuerzas hasta el extremo de que la opinión pública estadounidense rechace la guerra.
Robert McNamara
La servicios de inteligencia norteamericanos y en concreto la CIA mantuvieron una opinión similar al postular la imposibilidad de ganar el conflicto por medios únicamente militares. Esta incomprensión se palpa en las continuas estadísticas e informes cuantitativos solicitados y manejados por los mandos, en varios casos exagerando los resultados, pero sin prestar excesiva atención a los discursos de los dirigentes comunistas, ni ganándose la confianza de los aldeanos, quienes podían proporcionarles buena información. Así los militares estadounidenses se comportaban como en cualquier guerra convencional, donde lo importante son los datos del potencial enemigo, en lugar de una guerra de guerrillas, donde lo vital es separar a los guerrilleros del apoyo popular. Al abandonar este aspecto algunos problemas no disminuyeron sino lo contrario:
1. La Zona desmilitarizada fue un foco de infiltración comunista, pese a los duros combates librados allí, pese a la Línea McNamara con su avanzada tecnología y a las baterías instaladas.
2. El Triangulo de Hierro de una zona a 50 km de Saigón repleta de túneles llenos de guerrilleros y soldados del EVN, nunca fue conocida del todo ni desmantelada, constituyendo una daga sobre la capital del Sur, a medio camino entre los refugios seguros en Camboya y las poblaciones sureñas más ricas.
3. La Operación Attleboro, agosto de 1966, resultó el ejemplo de una gran operación montada para localizar y destruir refugios y unidades enemigas; pero un fracaso por no contar con buena información. Los soldados de la 196ª División de Infantería Ligera no lograron cercar a los comunistas que huyeron a Camboya.
4. La Operación Cedar Falls, enero de 1967, consiguió librar algunos combates; pero el FNL logró desaparecer. Se capturó gran cantidad de material y se destruyeron muchos túneles, pero el grueso de las fuerzas guerrilleras se zafó del ataque.
El Ejército de Estados Unidos defendió su actuación alegando que había luchado bien. Según ellos, fueron otros factores como las restricciones impuestas por los políticos o la creación de una larga cadena logística las que contribuyeron decididamente a la derrota. Por su parte Harry G. Summers (1995) los culpan de la derrota, no tanto por combatir bien o mal; sino por no haber suministrado al ejecutivo estadounidense información precisa de cómo ganar la guerra, además de no haber plasmado correctamente la situación vivida. También se hace ver que muchas veces ni el propio Ejército conocía dicha situación. Pese a las toneladas de documentos incautados al enemigo en las distintas operaciones, a la dispersión de miles de sensores por la selva, al empleo de los muy sofisticados, para la época, ordenadores de tercera generación, el uso masivo de fotografía aérea y por satélite; no se llegó a conocer la situación real. Las distintas agencias de inteligencia, hasta quince a veces, no fueron conscientes de los preparativos para la Ofensiva del Tet, ni la magnitud de los complejos de túneles que tanto ayudaron a ella, ni la existencia o no de un cuartel general del EVN en territorio survietnamita… Así se llegaba en muchas ocasiones a situaciones donde los agentes marcaban como blancos importantes lugares que no sabían realmente si lo eran o no; pero que en caso de serlo les haría subir puntos. Naturalmente esos lugares debían ser inspeccionados por la infantería, que se jugaba la vida por los agentes, en lugar de trabajar estos para evitar esos riesgos. También se ha indicado la diferencia económica entre los combatientes. Para los hombres provenientes de regiones templadas, la jungla les puede resultar un lugar hostil, amiga de sus enemigos y enemiga suya, como creían los británicos en Birmania durante la Segunda Guerra Mundial. Los vietnamitas debían alimentarse de serpientes, ratas, lagartos y, cuando había suerte, arroz; por esta razón, podían sobrevivir de la selva cuando los alimentos faltaban sin que se resintiera su moral y cuando aquellos llegaban, se vivían momentos de euforia y satisfacción. Mientras, veían a los estadounidenses disfrutar de todo tipo de manjares, disponer de abundante dinero y recibir incluso cervezas frías en pleno campo, lo cual aumentaba la distancia con sus aliados y el odio de sus enemigos. Otro factor apuntado en varias ocasiones fue la presencia de la prensa y su influencia negativa en la opinión pública. En 1965 la mayoría de los estadounidenses estaban a favor de la intervención, no fue hasta 1968 cuando los porcentajes comenzaron a invertirse. La publicación de las matanzas como la de My Lay, la presencia casi constante de la guerra en los informativos nocturnos, la revelación de los bombardeos secretos, las acciones del movimiento pacifista hablando con conocimiento de causa por tener a veteranos en sus filas o las declaraciones de algunos políticos cambiando de actitud, caso del propio McNamara, fueron presentando a la Guerra como algo injusto; siendo la subsiguiente falta de apoyo popular decisiva para la derrota. Por su parte, Summers (1995) indica que no se puede perder lo que nunca se tuvo. Según él, las operaciones en Vietnam comenzaron sin consultar al pueblo estadounidense, pues la autorización del Congreso era para intervenir en los «alrededores de las bases», y cuando se solicitó el apoyo de la opinión pública esta se negó a concederlo, sorprendiendo a unos dirigentes convencidos de pisar la antesala de la Tercera Guerra Mundial. Schell (1998. P.21) y otros autores indican que lo determinante fue la voluntad o falta de voluntad del Sur para existir como país. Los soldados del Sur estaban muy poco motivados, mientras la moral en el FLN y el EVN era muy alta, pese a ser confundida en ocasiones por los estadounidenses con fanatismo o ejemplos del desprecio de los líderes comunistas hacia su pueblo. Aunque es cierto que ambos Vietnam eran dictaduras y que fueron muy comunes los casos de atrocidades por parte del EVN y el FLN, tenían un gran deseo de vencer y una fe de hierro en sus sacrificios. Como ejemplo puede servir un testimonio dado al cruzar la Autopista 9, al final de la Ruta Ho Chi Minh:
Otro caso de laboriosidad sin desesperanza lo dieron los habitantes de Vietnam del Norte tras los bombardeos. Un miembro de la comunidad lo relataba de la siguiente manera: Desde que empezaron los bombardeos de la “Operación Rolling Thunder”, todo el Norte, excepto Hanoi y Haiphong, habían sufrido ataques aéreos de todo tipo: napalm, fósforo blanco, minas antipersonal, alto explosivo y defoliantes. Cada puente, cada encrucijada, cada estación de ferrocarril, cada fábrica habían sido atacados, reconstruidos, camuflados, atacados nuevamente, trasladados y reconstruidos nuevamente. En el aspecto político el Norte fue más o menos estable mientras en Saigón se sucedían los golpes militares y los deseosos de terminar la guerra cuanto antes, mientras los atentados y ataques se repetían sin que los vietnamitas del Sur pareciesen querer arriesgarse. Por supuesto había excepciones entre los soldados y los oficiales, pero constituían una minoría. Para testigos y escritores como Jonathan Schell (1988. P.33) en este conflicto no es que la voluntad general fuese un factor de gran importancia, es que resultó el factor decisivo. Por tanto, quebrarla debió haber sido el objetivo perseguido por Estados Unidos y no lo consiguió
Los bombardeos masivos y la crueldad de la guerra retransmitida por vez primera con una libertad pocas veces repetida, comenzaron a cambiar la imagen que tenían los estadounidenses de sí mismos. En las elecciones de 1968 un presidente dedicado a las reformas sociales como Lyndon Johnson se enfrentó a fuertes desafíos por parte de dos demócratas opuestos a la guerra: los senadores Eugene McCarthy y Robert Kennedy, hermano del asesinado presidente Kennedy y asesinado también al final de la campaña. El 31 de marzo, en vista de una humillante derrota manifestada por las encuestas y de la incesante prolongación del conflicto en Vietnam, Johnson se retiró de la contienda presidencial y ofreció negociar el fin de la guerra. Más tarde, la reelección de Nixon en 1972 provocó un éxodo masivo de ciudadanos descontentos a países como Canadá. La oposición se extendió dentro y fuera de Estados Unidos entre la juventud, avivando el movimiento hippie que había comenzado antes. Las universidades estadounidenses fueron escenario de manifestaciones contra la implicación de Estados Unidos en esa guerra no declarada e injustificada en opinión de muchos. Hubo encuentros violentos entre los estudiantes y la policía con disparos y muertos. En octubre de 1967, 200 000 manifestantes marcharon frente al Pentágono, exigiendo la paz, siendo uno de los puntos más álgidos del movimiento pacifista. También es cierto que dicha situación coincidió con uno de los momentos de máxima prosperidad económica, lo que confería mucha seguridad a la juventud y posibilidades de cambiar de costumbres. Pero el factor principal de protesta resultó el servicio militar, obligatorio para todos los varones estadounidenses y con él la posibilidad de ser enviado a Vietnam. El trauma de Vietnam les duró mucho más a los militares que a la sociedad en general. Las referencias a esta contienda en cualquier guion de cine que requiera ayuda del Pentágono son discutidas hasta la saciedad, incluso con amenaza de romper la colaboración si no se atiende a sus demandas. También lo fueron para los miembros de la administración Nixon que buscaron enemigos comunistas por el mundo para luchar contra ellos tras la derrota en Vietnam, apoyando militar y económicamente a dirigentes poco cualificados, como Holden Roberto, y cuando estos fallaron recurrieron a los mercenarios, alegando razones estratégicas inexistentes, para no reconocer la inquina que tenían por la derrota. Dicha derrota fue la principal causa esgrimida por políticos como Chalie Wilson para financiar a los muyahidines afganos en su guerra contra los soviéticos, aunque dicho apoyo se volvería contra ellos cuando uno de sus «protegidos», Osama Bin Laden, organizó los Atentados del 11-S y varios cabecillas más se manifestaron a favor